Reboot
cap27
Antes del monstruo
Julián:
Aquel otro mundo era el escenario de una disputa distinta. No parecía haber nada sobrenatural en complotar ni en usar la prensa como arma. Algunos se limitaban a este tipo de ataques y estrategias, pero unos pocos recurrían a prácticas que definían lo más primitivo del hombre: la búsqueda de supervivencia y la imposición del poder. Por un momento hurgué en la mente de ese otro Zugasti (Ricardo), un simple joven que no veía más opción que elegir entre éticas humanas (unas más difusas y sanguinarias que las otras). Él se había alejado de su certeza y elegido un sendero de ira y resentimiento.
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Octubre del 2014 (en el otro lado)
Alex Aguilar: «¿Cómo va todo?, Miguel»
Ricardo: «Hace mucho que nadie me llamaba así… camarada»
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*Prólogo: la primera piedra
-narrado por Miguel Ricardo Helguera-
«Huevón, me haces la semana con tu debate con el profe Fernández»
Julio, mi mejor amigo, señalando mi desempeño. Lo de «huevón» ya ni sabía si era algo cariñoso o con pretensiones de herirme. Es verdad que al principio todo esto molestó a mis compañeros y a mis amigos, pero con el tiempo el profe Fernández y yo nos convertimos en la atracción principal de las clases. Al inicio nadie entendía bien lo propuesto por el profesor. Solo semanas después nos dimos cuenta de que algo no andaba bien en su cerebro.
Todo comenzó hace 4 semanas, en la clase de composición musical. Fernández entró muy altivo y empezó a burlarse de Dios diciendo que fue su voluntad que él llegara 30 minutos tarde. Sonreí un poco pensando que había sido un simple chiste de mal gusto. Pero Ítalo y Carlos le celebraron mucho la broma y continuaron con las ofensas. «¿Fernández es ateo?», pensé. Él lo confirmó. Era la primera vez en 3 años en la universidad que me tocaba un profesor así.
Cuando todos nos tuvimos que presentar, Fernández dejó muy en claro su orgullo por el ateísmo. Dijo que ahora era un hombre libre de supersticiones y «del fisgón ese». Insistió que jamás creería en alguien que viola su intimidad las 24 horas del día. Las cosas que dijo ese día me acompañaron por muchas semanas. Era la primera vez que alguien atacaba de esa manera tan feroz mi fe. Me sentía profundamente temeroso de confesar que era cristiano. Ítalo, Carlos y el abusivo de Juan ya venían ridiculizando mi fe desde hace mucho, aunque solo Juan era ateo (Ítalo también se declaraba cristiano aunque esto parecía ser sarcasmo).
Fue mi turno de presentarme y decidí declarar que creer en Cristo no era una creencia infantil como minutos antes la había calificado Juan. El profesor Fernández había celebrado aquello, pero mi pacífica declaración la tomó casi como una afrenta. Su mirada soberbia me estremeció. Pero perseveré y agregué que eran los ateos quienes tenían creencias infantiles, que las evidencias sobre Dios estaban a la vista. Fernández no contuvo la risa. Luego se presentó mi amigo Julio, pero no me defendió. Ni si quiera le dio importancia al incidente. Luego siguieron los demás muchachos.
«Huevón, me haces la semana con tu debate»
«Ya me lo han dicho, Juan»
«Huevonazo, ¿qué pasa? Respóndeme bien. ¿Ya compusiste tu nueva prédica? Jaja, huevonazo de mierda»
Pasé el receso en el baño sin querer tener contacto con nadie. No quería volver al salón. Me sentía tan solo ahí. ¿Por qué Julio no me había apoyado? ¿Acaso no creía en Dios como yo? ¿Por qué ningún otro compañero dijo nada sobre el asunto?
Regresé y fingí que nada pasaba. La clase de composición musical se reanudó con el discurso de Fernández sobre enfocarnos en géneros que sean rentables. Me parecía algo totalmente falso. Quizás lo hacía con un solo motivo: 20 minutos para finalizar la clase le preguntó a cada uno el género que quería componer y rechazó casi todos. Antes de que diera mi respuesta, él burlonamente me dijo que no dejaría que compusiera música cristiana. Que sería una pérdida de tiempo. Todo esto me entristeció. No pude decir nada. ¿Dónde quedaba la libertad artística de la que habló el profesor Enrique o la identidad musical de la que predicaba el profe Pablo? Todo esto era tan falso. ¿Acaso Fernández tenía algo contra mí o contra Dios?
«¿Qué pasa?, hermano, no es manera de hablarle a tu prójimo. Juan solo estaba preguntando amablemente. ¿Acaso no se predica con el amor?»
«Sí, Ítalo»
«Hermano, queremos que nos evangelices ahora mismo. A los 3. Carlos y Juan quieren escucharte. Tu argumento de hoy incluso ablandó el corazón de Juan»
No aguanté más y sugerí tímidamente que todo eso era una idiotez. No lo dije así, por supuesto. Pero así quise decirlo y así lo sintió Fernández. Él enloqueció y decretó que tendría un debate conmigo las 6 siguientes semanas. Si él ganaba, luego de los parciales solo podríamos componer rock. Si yo ganaba, dejaría que todos compusieran lo que les viniera en gana. ¿Iba a ser un debate sobre la rentabilidad de la música cristiana? ¿Sobre la segmentación de ese público? ¿Sobre el poder adquisitivo de esas personas? No, el profe Fernández enloqueció y me retó a un debate sobre la existencia de Dios.
«Vamos, hermano. No temas. Sigamos. Hombre de poca fe»
«Ítalo, ya hemos caminado mucho»
«¿Acaso no te gusta nuestro campus? Estamos en la mejor universidad del país. Hay que disfrutarla. Hermano, agradece a Dios»
«Juan, ¿en serio quieres acercarte a Dios?»
«Sí, y Carlos también. Pero queremos que nos prediques en un lugar apartado. Ya sabes… para escuchar a Dios directamente»
«Miguel, hermano, ves, todo es cierto. Sigue caminando. ¿A qué le temes? ¿Acaso Dios no cuida tus pasos?»
Esa tarde volví a los apuntes que tenía de autores que había admirado como Kierkegaard. Luego de revisar mis notas quedé tan angustiado que recordé que Kierkegaard no creía en el mismo Dios que yo aunque lo pareciera. Hacía énfasis en la angustia que se sentía al encarar al mundo. Qué desdichado. Aun así, decidí que él sería mi última opción. De él recuerdo que rompió su compromiso con una mujer mucho menor que él (siendo ella una quinceañera y él ya un hombre). Su excusa fue que ansiaba una relación completamente pura (libre de toda sexualidad). Y que esto solo era posible de lograr cuando ambos se reunieran en el cielo. Así que quebró su matrimonio con esta muchacha y se fue del país. Quizás Soren no leyó tan bien la Biblia como algunos creen…
«Hermano, ¿en qué piensas? Nos contabas cómo Dios te cambió»
«Creo, Ítalo, que ya sé cómo enfrentar al profesor»
«¿Dios te acaba de iluminar? Mira, Carlos, es su premio por acercarnos a la salvación. Juan, ¿ahora crees?»
«Me quedan dos oportunidades para hacer que el profesor Fernández se quite la venda de los ojos»
«Hermano, eso es maravilloso»
Las siguientes 4 semanas fueron derrotas contundentes. La apuesta de Pascal, Dios como motor universal, Dios como diseñador y la creación como prueba, la maldad como ausencia de Dios. Nada era suficiente para el profesor Fernández. Algunos compañeros me daban consejos al final de esos debates. Otros no entendían por qué rayos debatíamos sobre filosofía en clase de composición musical. Ítalo, Carlos y Juan siempre intentaban humillarme cuando concluía la clase. Pero eran palabras necias que no valían la pena recordar. Me quedaban solo dos semanas y buscaba algo nuevo con lo que defender mi fe. Entonces Ítalo me llamó y dijo que quería que evangelizara a Juan y a Carlos. Sabía que era una trampa. Pero tenía fe. Era una oportunidad para explicarles cómo Cristo me había cambiado. Los acompañé hacia un lugar poco frecuentado del inmenso campus. Confié en que nada malo me pasaría.
«jaja, ya basta de huevadas. Carlos, sujeta a este hijo de puta. Vamos a ver si su Dios lo salva de esta»
«Ítalo, por favor, no, no, esto no está bien»
«Calla, conchatumadre. Te burlaste de Juan. Toma golpe por huevón. Toma, cristiano de mierda. Esa vez dijiste algo contra los católicos. Mi mamá es católica, conchatumadre. De acá no sales vivo, pedazo de mierda»
«ïtalo, golpea, mierda. No seas maricón. ¿Eres maricón?, conchatumadre»
«Juan, ese mierda es un cabro. Te lo dije. Quiero romperle el brazo a este cristiano de mierda. Ya ni se puede parar. ¡¿No dices nada?!, Miguel»
«Ni se defendió el hijo de puta. Da pena matarlo jaja. Pero lo vamos a hacer. Hay que romperle el brazo. A ver si así puede rezar jaja. Ítalo, levántalo. Levántalo. No has tirado un solo golpe. Déjate de huevadas. Quiero que lo patees en la cara. ¿No escuchas?, maricón de mierda. Eres un cabro hijo de puta. Si no lo pateas, te cagamos a golpes a ti también. Ítalo, mierda. ¿No vas a golpearlo? Te vas a la mierda entonces. ¡Maricón de mierda! ¡¡Maricón hijo de puta!!»
«¡Déjenlo!, ¡¡abusivos de mierda!!»
«¿Y de dónde salió este negro hijo de puta?»
«Jaja»
«¡De la concha de tu puta madre!, cobarde de mierda»
Capítulo 1: retrospectiva
Waldo: «amigo, ¿en serio pasó todo eso?»
Miguel: «sí»
Waldo: «Me es difícil creerlo. Pero te creo, amigo»
Miguel: «Bueno, quizás algunas cosas las exageré. Pero sí apareció el negro Jaime a defenderme. Pensó que era un ataque homofóbico. Ya sabes… él…»
Waldo: «Lo sé, amigo. Sé de su movimiento dentro de la universidad. No estoy de acuerdo con lo que creen pero qué bueno que te haya ayudado»
Miguel: «Mientras golpeaba a Carlos, le lanzaba propaganda a favor del matrimonio homosexual jaja»
Waldo: «jaja los detalles no importan, amigo. Qué bueno que estés bien. Y me parece excelente que vayan a suspender a Juan y a Carlos. Aunque sea solo por dos semanas. Espero que regresen arrepentidos».
Miguel: «No sé cómo quedó la pelea. Pero si hicieron sangrar a Jaime, seguro se les pegó el sida jaja»
Waldo: «No hables así, hermano. ¿Cómo va tu argumentación?»
Miguel: «Todo ha ido muy mal. Pero esta vez intentaré con un filósofo. Tiene ideas muy contundentes. Se llama Soren Kierkegaard»
Waldo: «No lo conozco. ¿Pero has probado con las pruebas internas de la Biblia?»
Miguel: «Mmmm… pues no»
Waldo: «No es bueno confiar tanto en la sabiduría humana. Es falible. Quizás te falta confiar más en Dios. Deberías contar lo que hizo Dios en tu vida. ¿No hay mayor prueba de su existencia que esa, no?»
Miguel: «Ya veré…»
Waldo ya sabía de mi atracción hacia Mariana, «la filistea». Me recomendó no dar cabida a un acercamiento. No lo escuché. Esa muchacha despertaba en mí una obsesión que me comenzaba a parecerme enfermiza. Lo peor de todo es que era algo totalmente carnal. Sentía realmente mucha vergüenza de esos pensamientos. Pero la culpa cada vez era menor. Y la satisfacción efímera iba en aumento. Mariana era una inconversa con una sexualidad desenfrenada. Nos habíamos besado varias veces. La había tocado sin ninguna reserva. Había intentado desnudarla y probar su cuerpo. Cuando ella no estaba para satisfacerme, sí estaban esas escenas en las que manchaba el cuerpo que Dios me había dado. Había caído en rebeldía. Y pocos estaban enterados. ¿Cómo Dios iba a contestar mis ruegos si era un ser nauseabundo? Sentía que Dios me había engañado. No me dio la paz que anhelaba. No me protegió en mis momentos más angustiantes. Dejó que me humillaran. Dejó que estuviera a punto de perder la integridad de mi cuerpo. ¿Por qué? ¿Por qué había dejado que eso suceda? Luego de reclamarle, lloraba pidiéndole perdón. Pero volvía a fallar.
¿Acaso Dios había puesto a Jaime en mi camino? ¿Cómo puede usar a un hombre tan rebelde que encima está orgulloso de su pecado y lo justifica? ¿Pero era yo mejor que Jaime? ¿Tenía derecho a reclamarle a Dios? Debía agradecer. Estaba a salvo. Y me quedaban aún dos semanas para hacer que Él venciera. Quería que Él me use, pero al mismo tiempo era consciente de que debía resolver lo de Mariana.
Waldo me había recomendado hablar con Donatello, un hermano que había sucumbido ante la misma tentación. Dios lo salvó.
Aquel miércoles del ya lejano 2012, frente a Donatello, recordé a las personas de la universidad que me habían impactado: Verneé, Paloma, Antonella y el loco Alexander. Cada uno en diferentes etapas de mi vida y con distintos objetivos. En ocasiones me preguntaba qué harían ellos en mi lugar.