Le toma a la cultura por lo menos un siglo para poder asimilar la obra de un gran pensador y Ludwig Wittgenstein es uno de los más grandes de nuestra tradición. No hay duda ya de la magnitud de su contribución para nuestra concepción de nosotros mismos, de nuestra historia, del destino del pensamiento humano. Pero, de todos modos su pensamiento, a pesar de estar tan cerca de nosotros, y también quizá por ello mismo, es, en algunos aspectos importantes, aún inaccesible a nuestro tiempo. Debemos evitar a toda costa, entonces, alimentar la falsa impresión de haber llegado a comprender cabalmente el sentido de la revolución de su pensamiento. Ninguna lectura de Wittgenstein en nuestra época puede pretender brindar más que ensayos de interpretación, preparativos para el cambio de mirada que eventualmente nos revelará al pensador, radicalmente distinto de cualquier imagen que podamos hacernos de él desde nuestra conciencia cultural hoy. La labor, entonces, tiene que ser mucho más modesta; hay que empezar tratando de darle sentido a las múltiples voces y a los ecos profundos que resuenan en nosotros, al parecer azarosamente, desde su filosofía; tratar de reflexionar sus reflexiones para tomar conciencia de las transformaciones que ellas marcan para nosotros;y, así, recién empezar a vislumbrar el nuevo camino para la filosofía que traza su radical propuesta.
Hay que observar que la influencia de Wittgenstein es enorme en todos los ámbitos de la cultura. En Europa, no hay manifestación cultural que no acuse por lo menos un conocimiento de su presencia, y no son pocas las que eventualmente se confiesan ser inspiradas directamente por sus palabras, y a veces incluso de maneras insólitas e inesperadas. Y es que, como Wittgenstein mismo dijo, su audiencia está conformada por “amigos desparramados por todo el globo” y a través de los tiempos, y es su singular voz la que los convoca, sin importar de que disciplinas o de qué caminos de la vida provengan. Por eso, me parece que tenemos que cuidarnos no solo de querer catalogar su pensamiento de acuerdo a nuestras actuales categorías, sino además de clasificarlo a él bajo nuestra concepción tradicional de filósofo. Wittgenstein es, en ese sentido también, formidable e inmensurable. Es un pensador, como Nietzsche lo dijera de sí mismo, cuyo pensamiento habrá de conocer y alcanzar su verdadera vitalidad solo mucho tiempo después de que haya muerto. Wittgenstein calculaba cien años; han pasado ya cincuenta. Por eso, solo podremos llegar a comprender la obra de Wittgenstein si estamos dispuestos a decir las cosas que su texto nos evoca, independientemente desde nuestra postura tradicional; porque es en esa insolencia, e incluso en la estupidez a la que uno se arriesga a caer de esa manera, que él no tiene algo que mostrar. Wittgenstein decía que no podíamos esperar decir o escribir nada bueno si antes no estamos dispuestos a decir y escribir porquerías. Por algo decía el propio Ludwig que nadie entendería lo que había escrito sino hasta después de cien años de haberlo hecho, y comentaba que lo que quería mostrarnos a nosotros ya sería entonces tan natural para la gente o las sociedades del futuro que ellos no entenderían al leerlo porque había sentido la necesidad él de decir cosas tan obvias.
Recomiendo mientras se lee esta nota la siguiente música:
Sonny Sotakuro