– Somos almas errantes que solo recordamos nuestro último suspiro.
No me extraña saber que no soy el único que ha podido mantener su existencia. Solo me sorprende el dominio total que puede ejecutar ese ente antiguo en el cuerpo de Andonegui. Nosotros no vivimos por nuestros propios medios. Ni siquiera podemos reflexionar o pensar por nosotros mismos. Somos, sin un cuerpo humano, nadas que siguen nuestro último deseo. Esa es nuestra naturaleza limitada. Pero de alguna manera Marat puede manipular incluso nuestra percepción sobre él. No conozco qué más pueda hacer pero es la segunda vez que lo veo en persona sin defenderme. Mi anfitrión estuvo, en todo momento, en riesgo. Debo tener cuidado desde ahora.
Nuestro plan, nuestra profecía, empieza a volverse inevitable. La victoria en las legislativas preparan el camino para nuestro regreso en el 2015. Recuerdo que hace más de 50 años inició todo con la diáspora a Latinoamérica. Recuerdo las despedidas de los compañeros que se iban a Argentina. Mi vida en esa época se redujo a suspirarle a un muchacho que recogiera los objetos en los que sellé las otras cuatro partes de mi alma. No fue algo tan exitoso. No podía hacer más que eso. Fueron años de demasiada frustración.
Pero tuve el privilegio de ver cómo un grupo de universitarios creaba el movimiento en el que pude canalizar todo mi odio. Habían pasado casi 20 años desde aquel fatal incidente. Ya no recordaba mucho. Hasta mis compañeros, sin haberlo vivido, lo recordaban mejor. Ya en ese momento controlaba hasta tres jóvenes mentes. Ya podía hacer más cosas que ser confundido con el subconsciente. El símbolo de nuestro movimiento debe sorprender a muchos. Pero no a mí. Su inspiración pagana expone su verdadera naturaleza y origen. La vida de estos jóvenes se apagó pero yo jamás dejé de existir. Desde ese momento utilicé mi inmortalidad como el rasgo triunfal de un líder que no le teme a la muerte.
A. D. A. C.