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Yugo (2): El que susurra («Reboot», cap28)

Reboot

cap28

 

El que susurra

yugo

 

Julián:

A veces las convicciones se tambalean.

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Capítulo 2: lo que callamos los hebreos

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Octubre del 2014 en el otro lado

«¿Vas a quedarte mirándome? Te recomiendo presentarme tu informe, Alex. No estoy de buen humor.

Alex: «Miguel,»

Ricardo: «No me llames Miguel. Todo va a seguir como lo planeamos. ¿Cuándo se suponen que me traicionarán? Quiero la fecha exacta. Quiero estar preparado. Este partido no requiere dos líderes pero sí un mártir».

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¿»Efectivamente, hermano»? Eso era todo lo que tenía que decir Donatello sobre mis problemas. Se negaba a confesarme cómo había caído en lo mismo. Lo había esperado casi una hora en una iglesia de Monterrico para que esquivara por completo el asunto. Tuve muchas ganas de increparle su egoísmo, pero me di cuenta de que mi actitud hubiera sido totalmente desmesurada, indigna. Estaba desesperado. Aun así opté por ser paciente. Me despedí de él y regresé a mi casa sintiendo que había perdido mi tiempo. Estaba enojado. Sentía que no estaba en comunión con Dios. Ella llamó, pero no contesté. Apagué el celular. Caminé hasta mi casa pese al largo trayecto. Recordaba cómo me había burlado de los hermanos que solían caer en vicios y rebeldía. Me creía superior a ellos, que era más fuere y que solo ellos eran proclives a caer en tentaciones. No quería verlos. Ni quería ir al culto.

Falté muchos domingos. Ignoraba llamadas y los mensajes de mis hermanos. Pero aquella tarde luego de esa charla fallida con Donatello decidí revisar algunos.

Italo me citaba en su casa para pedirme disculpas. Mariana me preguntaba inocentemente qué había sido de mí. Gabriela me recordaba algo sobre una reunión con nuestros ex compañeros. Verneé me había enviado un versículo (Juan 3:18-20) y Alex Aguilar me recordaba, ya por tercera o cuarta vez, de una forma enfermiza, que yo estaba tarde.

Nuestra reunión consistía en unos debates sobre la lógica y las falacias argumentativas. Él había estudiado en la misma universidad que yo y que casi todos mis amigos. Era un chico de baja estatura y con un alto grado de cinismo. No resaltaba de entre las personas excepto por sus violentas cejas y un ligero estrabismo en la mirada (no sé si en el ojo izquierdo o en el derecho). Pero lo que más disfrutaba hacer era desmontar los discursos de distintos colectivos ciudadanos. Repetía con bastante orgullo que se dedicaría a la propaganda, a desinformar (crear «información creativa») y a la política. El mayor reto para él implicaba convertir un pequeño movimiento político en uno que unificara el país. El orden para él era más importante que la igualdad y la libertad. La justicia era el valor absoluto.

«Llegaste 2 minutos tardes»

«Alex, son solo dos minutos»

De esa charla, una de las últimas, recuerdo preguntas sobre la obra de Goethe, «Fausto». Alex era ateo y quería «saber» si un pacto con el Diablo era posible hoy en día. Yo cumplí en alertarle que nada de eso era para tomárselo a la broma. Entonces sonrió y afirmó que sí creía en el Diablo aunque no en Dios. Decía que había más pruebas en el mundo de la existencia de la maldad que del bien. Yo le respondí que todo eso era prueba de que las personas se habían alejado de Dios.

Fue ese día que me presentó a Alexander, un estudiante bastante radical en sus ideas. Para Alex apoyarlo era un simple juego, un experimento social. Me decía en privado que le gustaría ver hasta dónde podían llegar las ideas de «El coronel Alexander». Algunas de las frases respecto a este proyecto eran del tipo «una noticia no se mide por su veracidad sino por su verosimilitud y belleza» y de sí mismo decía algo como «hay dos tipos de periodistas: los que buscan la verdad y los que buscan el poder». Le decía que yo sin ser periodista ya había alcanzado La Verdad. Nunca me replicaba nada. No sabía si tomarlo como un silencio respetuoso y como un gesto de caridad de alguien que se presumía más inteligente de lo que realmente era.

No quedaba mucho de aquel intento de escritor cuyo texto romántico había sido un fracaso total: una novela de desamor con un final fantástico que no convenció a nadie (con ideas paganas sobre la muerte y el alma que yo jamás le aprobé). «Cecilia» y «Marcos» conformaban una pareja sin ninguna química posible en la ficción (y mucho menos en la vida real). Me recordaba mucho a la relación truncada con Mariana. Ella, al día siguiente de esa reunión con Alex, había mostrado interés en convertirse al cristianismo. Esto me tenía aún más confundido. Faltaban cada vez menos días para mi enfrentamiento decisivo con mi profesor y yo parecía perder el tiempo. ¿Oraba? ¿Pedía dirección? ¿Discernimiento? Empezaba a alejarme de todo. Pero lo único que hacía era echarla la culpa al Mundo y a las circunstancias.

*Alexander era divertido a su manera. Seguramente era aterrador para muchas personas. Tenía un expresión de tranquilidad inmutable. Yo nunca podía saber si estaba molesto o feliz. Era muy amable y hasta snob. Y lo sigue siendo hasta ahora. Pero lo que sí me molestaba era no saber cuando me estaba mintiendo. Nunca parecía decir la verdad. Quizás nunca lo hace. Me angustia tener de aliado a alguien como él. Alex sí parece notar sus matices. Por eso ahora es mi informante.