Por la Dra. Antonieta O. Horny, antropóloga y antifeminista confesa
Mi nieta es una chica guapa. Pero estudia periodismo y es feminista. El resultado: sufría porque los chicos que le gustan eran, en sus palabras, “unos machirulos que quieren damitas sumisas”. Un día me senté con ella y le pregunté por qué el último enamorado que le conocimos lo tuvo en quinto de secundaria y no en la universidad, como el resto de sus amigas del cole.
Me habló de que ella era parte de una revolución que buscaba la igualdad de género. Que los hombres no tienen por qué pagarle todo; que ellos no tienen que dar el primer paso; que si ellos pueden mostrar el pezón, ella también.
Mal. Un hombre nunca va a ser como una mujer. Le dije que, con ese encanto suyo, deje ese feminismo de lado, porque de lo contrario moriría solterona. Le dije que intente por un tiempo dejarse “mimar” por esos machirulos que la cortejaban y que los rechace todo lo que pueda. Ah, y que ella no dé el primer paso.
Eso de que los hombres no merecen sufrir porque todos son iguales era una mentira barata de este siglo. La igualdad no existe, le dije. Se molestó, pero aceptó el reto.
La prueba duró un mes. Y fue suficiente. Llegó a casa con el chico que siempre la vio como un brother más y lo presentó como su enamorado. ¿Qué? Y ahí vino la segunda etapa de mi experimento: hazle creer que él manda, pero tú ordénale todo o “lo dejas”.
Obediente, mi nieta hizo caso. Ella decidía a dónde ir, qué comprar y qué no, qué hacer y qué no, sin quitarse la pinta de ser un caramelo con su chico.
El nuevo resultado: se casó y, hasta ahora, le va bien. Asumió el papel de mujer protegida pero dominante.
La conclusión: el feminismo no sirve. Está acabando con nuestras familias, nuestra descendencia. Genera mujeres solteronas y hombres mujeriegos sin que jamás sienten cabeza. Ellos no quieren nuevas mamás (bueno, sí, pero deben creer que no). Quieren mujeres a las que creen que pueden proteger. Y el feminismo no ayuda.