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Un cuento de Navidad

Cuando entro al Metropolitano, veo en mi celular que faltan diez minutos para Navidad. El carro parte y al lado hay un muchacho que escucha música en su celular: es esa banda de moda, que no suena mal, pero que no disfruto. Al lado, hay una señora con arrugas en el rostro: está sola y esboza una mueca hacia abajo. Detrás de ella, hay dos niños un poco sucios, cada uno tiene una bolsa de caramelos: ambas están casi llenas.

Tiro mi mirada hacia la ventana y hay colas de carros atorados en el tráfico: automóviles familiares con televisores donde los niños ven una película para la ocasión, una sobre sueños en Navidad y todos consiguiendo lo que quieren. La madre se tira cansada en su asiento, el padre parece renegar por el tráfico. Llevan varios regalos y la puerta trasera parece no haber cerrado bien.

Vuelvo mi mirada adentro y la canción del muchacho solo sigue sonando: la ha repetido. El cantante parece estar ansioso por su vida de adolescente, algo de que le pesa el alma. Lo imagino cantando en un escenario.

Mi celular suena y veo que ya son las doce. No es una llamada. Solo es la alarma que coloque. Yo no celebro la Navidad.