– Esmeraldo (en otro universo)
13/09/2013 u2
Soy conocido como el agente Esmeraldo en la ex SIDE y en el ex grupo Zaratustra. He servido en varios bandos y he defendido siempre distintos ideales. Soy un sobreviviente. Inicie mi investigación en solitario luego de descubrir quién era realmente Héctor, el gángster, y qué es exactamente lo que hacía con las mujeres y niños en Argentina. Pero no pude seguir. Temía por la vida de mi pequeña hermana. Me exilié en mi país, Perú, donde colaboré en casos muy pequeños. Hasta que lo conocí a él: Charly, el hombre con las capacidades intelectuales más arrolladoras que he conocido en mi vida. Era un hombre astuto. Podía ser confundido con un vagabundo. Así lo conocí.
Nuestro encuentro fue hostil. Lo confundí con un pervertido sexual. Una señorita de unos 29 años, claramente trastornada, me detuvo en la calle a pedirme ayuda. Alarmada me informaba que un hombre la seguía ya por varios minutos. Y tal proceder solo puede provenir de un agente o de un auténtico pervertido sexual. «No se preocupe, él no avanzará más», le dije para tranquilizar esa mirada exorbitada y esa boca siempre abierta. Era claramente una mujer con algún padecimiento psicológico (o intelectual). Aun así, confronté a quien me pareció a primera vista un simple vagabundo que… vagabundea sin que importen sus pasos o el trayecto que toma.
«¿Qué opina?», me dijo de manera sorpresiva al estar frente a mí. «¿Sobre qué?, señor», le respondí. «¿Cuánto crees que valen 30 minutos con esa mujer?, colega», soltó en palabras que apenas entendí. Intenté darle un golpe y lo atajó sin problemas. «Eres un hombre de 26 años y tienes una hermana, pero eres tan putero como yo», balbuceó. Admito que eso me puso la piel de gallina. «Ese golpe retardado y sin vigor hace que sea evidente que eres un cobarde. No mostraste sorpresa ante mi pregunta. No es la primera vez que escuchas a alguien tasar la sexualidad de una mujer. Lo has escuchado muchas veces. No te veías realmente molesto. ¿Y por qué proteger a una mujercita desconocida? ¿El espíritu de un buen ciudadano? ¿El recuerdo quizás de una hermana… mayor?», teorizó. «Hermana menor», lo corregí. «Bueno, admites que tienes una hermana entonces y que eres putero. Además, no eres ajeno a las deducciones. Eres un agente, un detective, y de los malos», agregó.
Luego nos hicimos amigos. Bueno, no. ¿Compañeros? Quizás sea más correcto decir que yo era uno de sus informantes. Me decía que él nunca hacía trabajo de campo. Su apariencia descuidada (sus dientes sobresalían demasiado por lo feos que eran) le impedía moverse en algunos círculos sociales. Me necesitaba visitando iglesias, y grupos de tendencia violenta y fascista. «Tu manera de caminar me indica que en esos lugares te puedes desenvolver sin levantar sospechas», me aclaró. Había marcialidad en mis pasos. Era obvio que yo era un hombre disciplinado y obediente. «Pero un poco pusilánime», decía de vez en cuando ante mi infaltable enojo.
Así empezó uno de mis grandes casos: infiltrarme en un grupo fascista de lunes a viernes y asistir a una iglesia evangélica los domingos (y algunos sábados). «Entenderás mejor el alma fascista, el espíritu de la multitud, al alabar al unísono junto a tus otros hermanos», me explicó. Luego, me dijo, vendrá el premio: investigar una red de prostitución clandestina. De la cual me dijo que aún no existía, pero que todo le hacía indicar que sería un caso bastante interesante y extenuante. «Quizás el único caso en el que estoy dispuesto a hacer trabajo de campo, en poner mi cuerpo a favor de la ciencia y la justicia», me indicaba riendo un poco. «Pero la prostitución no es delito en Perú», le informaba. «Pero los precios sí serán un crimen», finalizó.