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Paolo, aspirando a la gloria (+ retorno del caballero Carmelo) («Textos grotescos», 1, 24abril2024)

Paolo: aspirando a la gloria

 

Kike: Los jugadores salen del acordeón

 

Ramón: los jugadores salen del cordón umbilical. El partido va a dar a luz. Las luces me enceguecen, Kike. Y el ruido lo estremece todo. ¡Terremoto! ¡Terremoto! ¡Es el partido del fin del mundo!

 

Kike: Así es, Ramón, acá se deciden a los salvos y a los pecadores. Acá Dios elige su 11 titular. Haz obras y Dios te tomará.

 

Román: hoy Dios quiere fichar

Kike: sale Paolo “Burbujita” Rodríguez

Román: sale el rey Midas del fútbol peruano. ¡Rey Arturo! Esta es tu mesa, yo soy tu caballero. Eres macizo, eres mi rey. El Dios del Callao.

 

Kike: Hoy hay humedad y 25 grados, Ramón. Más tarde habrá lluvias. El dólar está a 3.88.

 

Ramón: el imperialismo nos golpea, nos quiere derrumbar. ¡Pitazo inicial! Pitazo. Pitazo inicial.

 

Kike: ¿cómo?, Ramón.

 

Ramón: Paolo Burbujita se saca a todos. Eleva la pelota con la mente. Usa telepatía. Es trampa. Pero una trampa hermosa. Es nuestro mago peruano. Intentan golpearlo y se eleva. Veo sus alas, Kike. Es un ángel de mil ojos. Dios lo levanta con su mano. Paolo Rodríguez patea el balón. Y este brilla como el sol. Es deslumbrante ante mi mirada. Pero aguanto. ¡Yo aguanto! Yo, Ramón Ortega, aguanto, como ayer. Mira, Kike, es el poder… del balonazo… el portero. El portero es una estrella, un firmamento. Es Marte y Paolo es Venus. Chocan los dos. Es una colisión galáctica. ¡Es el big bang!

 

Kike: la pelota salió fuera

 

Ramón: ¿Fue un espejismo?

 

Kike: Ramón…

 

Ramón: la pelota vuelve. Vuelve el tiempo, Kike.

 

Kike: lateral para Sport Boys

 

Ramón: se la pasan a Paolo. La recibe en su pecho. Su pecho es como montaña. Y la pelota sigue el camino. Desciende, Kike. Y llega a sus pies. Dios protege el arco de la U. Paolo grita en favor del ateísmo. Refuta a Tomás de Aquino. Baja a Cristo del crucifijo. ¡Entierra su cuerpo! ¡Es gol!

 

Kike: ¡Golazo! ¡Golazo!, Ramón. Al ángulo. ¡Paolo Rodríguez aún tiene chocolate!

 

Román: Paolo lo celebra creando una nueva Constitución. Es del 2019. Ya no es la de Fujimori. Sus compañeros firman el documento. Paolo eleva el puño de hierro.

 

Kike: polémico gesto. Amarilla para el ariete. Al árbitro no le gustó la celebración, Ramón.

 

 

Paolo Rodríguez observa su redebut en el fútbol peruano. Atrás quedaron la noche española y las mujeres marroquíes. Le baja el volumen a la tele. “Ese conchasumare”, dice en su castellano mal pronunciado, su única lengua. Va a la cocina por una gaseosa Pepsi (la que vibra contigo). Luego piensa en sus sartenes Renaware, las que duran generaciones. En freírse un huevo (Granja verde). En su televisión con cable Movistar: CMD, su canal deportivo favorito. En Schick, la marca que mejor lo marca. Barba lista al primer ras. Piensa en Panchita, comida criolla elevada. Baja la mirada. La Pepsi emanó y roció sus zapatillas Adidas, las que siempre ha preferido. Hasta las usa para estar en casa. Así de cómodas son. Con pijamas azules hambrientas de auspiciador, Paolo grita como enfermo mental: ¿en qué momento se jodió el Perú? ¿En qué momento me ganó la coca? Por la Sarita, maldita sea todo. ¡Hijos de puta!

 

Se pone y saca sus lentes Ray Ban, en su casa adquirida gracias a la empresa inmobiliaria REMAX (buenos hogares a buenos precios). Por la sarita, no sirvo. ¡Hijos de puta! Paolo Guerrero, tú tienes la culpa. Recuerda que iba a ir al Mundial 2018 hasta que Paolo volvió de su sanción. Me sacaron de la lista por ese drogadicto. Maldita seas, doña Prieta. Maldita sea tu hijo.

 

Ahora Paolo mira el periódico El Comercio (el más veraz para estar informado). El asesino volvió a atacar. El Chorri Palacios está muerto.

 

Trata de recordar los consejos de su psicólogo: “las putas no son mujeres, son la salvación”, “puedes usar la coca cuando te retires”, “Pepsi es mejor que Coca Cola”.

 

Alguien toca la puerta de su casi mansión. Está en la zona del Callao donde abunda gente blanca y cocaína. En la ubicación perfecta para visitar a su familia y evitar las mafias. O para evitar a su familia y visitar a las mafias.

 

Paolo sale y encuentra una granada.

 

La patea. Y hace su mejor gol.

 

 

 

Ramón Ortega deambula por la calle. Extraña a Kike. Evade saludos, pero no las miradas de los empleados del minimarket Mass, donde compra a los mejores precios una gaseosa Pepsi y unas galletas Soda V. También acaricia un periódico legendario, milenario de aroma a verdad: El Comercio, con esa línea amarilla enmarcando la bolsa que lo contiene. Debe estar protegido. De las mentiras y de las traiciones. Paga 3 soles y 50 céntimos. Más allá solo hay casas grises, como salidas de la época del terrorismo en las que Ramón fantasea haber luchado. En helicóptero y disparando al mismísimo Abimael Guzmán.

 

La noticia del día es otra muerte: la de Burbujita Rodríguez. También en una página anónima lee sobre su despido. Lo acusaron de barroquismo. De recargar la narración deportiva de construcciones espurias y falsas. Kike no lo defendió. Ramón grita y lo oye una señora. “Calambre”, dice él.

 

Se dirige a buscar trabajo. Le recomendaron ir al Callao, donde la ley teme darse una vuelta. La fachada es de taller mecánico. Hay un auto eternamente en reparación, porque al fondo está el verdadero negocio: pelea de gallos. Su amigo del colegio es el cerrojo de la guarida. Puerta marrón sobre fachada menta sucia. “Marcos, amigo, me hablaron de ti”, dice Ramón jadeando. “No nos gusta los sapos, ¿periodista, no?”, se defiende Marcos. “Ex periodista. Dicen que acá pelean los gallos más bravos, los de estirpe intergaláctica, los elegidos por Dios”. “Ramón, sé lo que pasó, compare. No entiendo”. “Quiero narrar las peleas, quiero que se sienta el Coliseo romano, que la gente respire sangre y suspiros”. “Ramón, esto es pelea para gallos. Solo anuncio los ganadores o el momento para apostar. Te estás equivocando, compare”. “Si hay un micrófono, hay un altavoz para las musas. Y con ellas, hay Ramón Ortega. Déjame narrar estas guerras mundiales”. “Ya, compare. Igual la gente te conoce. Entiende tu humor”. “¿Qué humor?”.

 

“¡Y esto va a empezar! ¿Tenemos auspiciadores? ¿Tenemos? Los tendremos. Veo luz cerca al techo. En esos rectángulos desde… Dios nos mira. Hay oscuridad, pero pronto habrá luz. Cuando aparezcan los campeones. Seres maldecidos, conquistadores en sus antiguas vidas. Khan contra Napoleón. Ahora ellos no ordenan, ahora ellos son mandados al frente. Pero la estrategia persiste, en sus mentes de gallo. Quizás pequeñas, pero el universo alguna vez fue pequeño. O no lo sé. O no importa. Ya salen.

 

El árbitro se coloca en el medio y la luz lo penetra. Hoy es Dios.

 

¡Hoy el Ajiseco y Carmelo!

 

¡Potrillo contra veterano!

 

¡Escucho las apuestas!

 

¡Empieza el partido!

 

¡Aparecen los marcianos! Sale el valiente José Carmelo Miranda. Media luna atada a su pata, la espada del guerrero. Lleva 8 muertos, 2 picotazos decisivos y muchos hat tricks. Sale Ajiseco, con 4 muertos, 5 picotazos decisivos y dos balones de oro, listo para herir al ya curtido Carmelo. Se le ven los años y se le ve el orgullo y juventud a Fernando Ajiseco de las Casas. Se retiran los dueños, por órdenes de sus gallos.

 

Kike: Así es, Ramón. ¡Esta es una lucha de clases! ¡Marx contra PPK!

 

Se rompe el silencio, como velo del multiverso, como cuando naces y ves a tu madre, en la clínica Ricardo Palma, como vidrios en el espacio, como cuando tu pelota Walon rompe la ventana, pero la pelota no se mancha, porque usa pinturas Tekno (más colores, más bonito), eunuco, Carmelo agita las alas como el Pegasus y canta ensordecedoramente La Internacional. Fernando Ajiseco se aleja de él y mira con desprecio a Carmelo. Como un obrero rogando por su plusvalía. Se cree el dueño de la cancha, de la empresa. Va a esperar a que el veterano dé el primer picotazo. Para poder despedirlo sin pagarle liquidación. Se calientan los ánimos. ¡Le han faltado el respeto a Carmelo! Se acercan. Ya en el centro. Alargan sus erizados cuellos. Empiezan los picotazos. Son como cañones, Kike, como cuando Perú exilió a España. Como en la defensa del Real Felipe. Yo estuve ahí. A los 10 años. Con mi mamá.

 

El Ajiseco embiste, inicia. La gente calla. ¡Es como ver caer el muro de Berlín! El viejo paladín tiene todos los aires de un experto luchador… acostumbrado a las artes azarosas de la guerra. Ya lo dije. Es Genghis Khan. Es el Uno. ¡Es Carlo Magno! Usa su espada como esgrima, evitando la cabeza del joven retador. Pero el muchacho agita las alas como bravucón necio. Pegando con pico, incluso insultando el linaje de Carmelo.

 

Kike: algo pasa. ¿Fue falta?

 

Un hilo de sangre recorre la pierna del Carmelo. Está herido, pero este gallo es de otra dimensión. No lo siente. El rojo adorna su espíritu, es kétchup para su bravura. Es néctar para su furia.

 

¡El Carmelo canta! Y embiste al Ajiseco. Son golpes tan fuertes. ¡Yo no sé! El joven se levanta y la lucha es cruel e indecisa. Los aletazos cubren la acción, la enmascaran, el Carmelo se ve pequeño, sus alas se ven marchitas.

 

¡El Carmelo es herido! Está jadeando. Quizás es el fin.

 

–¡Bravo! ¡Bravo el Ajiseco! –gritan sus partidarios, los que apostaron por el juvenil, por el menor de edad.

 

Kike: va el juez.

 

Huevos La Calera (prueba la docena)

 

Se acerca el juez, va a decidir algo. Atento a todos los detalles de la lucha y con acuerdo de cánones, declara:

 

¡Todavía no ha enterrado el pico, señores!

 

¡Aún hay lucha!

 

¡El Carmelo se reincorpora! ¡Está erecto! Ajiseco lo rodea y lo humilla solo con la mirada, como si ya fuera cadáver. Lo huele, como si fuera muerto sin arma. Como si el espíritu de guerrero se hubiera extinguido. ¡Carmelo sorprende!

 

¡En el dolor de la caída! ¡Todo el coraje de los gallos del Caucato! Le dieron su poder. Sus padres, sus abuelos, inclusos sus hijos de universo alterno. Incluso sus mil y un hermanos.

 

¡Ajiseco enterró el pico! ¡Gana el Carmelo!

 

Kike: ¡era hoy, Ramón! ¡Era hoy!

 

Pero ahora se deja caer y su dueño va a revisarlo. Y no ve un arma, sino a un caballero. Carmelo estaba retirado. Hace 3 años que no peleaba, pero quiso estar hoy. ¡Quiso tener esta última batalla! La sangre no para. Es el dolor de la vida que se aleja del Carmelo. Es el néctar de su juventud que cubre sus sollozos.

 

Hay silencio. Los espectadores ya no celebran. Entierran la cabeza, meditabundos”.

 

 

 

 

Bonus (opcional)

 

Al consultorio privado llega un hombre con mirada hundida, de enfermo sexual. La secretaria le pide que pase. Él se toma 10 segundos para ver sus senos y su vagina. Debajo de la ropa. No es puta, pero lo fue en el 2015. Dos divorcios. El primero era maltratador. El segundo infiel. Arruga en la frente. Piensa mucho antes de tomar una decisión. Es temerosa.

 

Psicólogo: Que pase el siguiente.

Charly:

Psicólogo: Sobrino

Charly: Mataste a esos futbolistas, ¿no?

Psicólogo: ¿Pruebas?

Charly: Huiste de nuestro primer caso.

Antónidas: Nunca fue tu caso, sobrino. Solo estabas jugando. Solo querías vestirte de mujer.

Charly: Yo tenía 16 años. Creía ayudarte.

Antónidas: Hice mi vida. No pude con los terroristas. Seguí en inteligencia. El caso duró años. Luego cambié de identidad. Estuve en varias provincias.

Charly: ¿Por qué ellos?

Antónidas: Estuve en provincia viendo varios partidos. Los seguía de noche. Orinaban en las calles. Atropellaban gente. Y muchos de ellos son homosexuales. ¡Ellos son los terroristas ahora!

Charly: Tienes razón

Antónidas: Bueno, el Chorri no era homosexual.

Charly: Debo detenerte

Antónidas: ¿Cómo lo supiste?

Charly: La granada que dejaste en casa de Paolo Rodríguez

Antónidas: Sabía que no saldría por la ventana. Es un estúpido. Y era homosexual.

Charly: Me cansé de los retos intelectuales. Esto es personal. Hoy muere el Asesino de jugadorazos.

Antónidas: Haz lo que quieras, detective Charly.

Charly: Esto se acabó. Esto termina acá.

Antónidas: Te equivocas, cachorro.

Antónidas: Esto termina en la novela del 2025