El injerto y el montaje, los protagonistas de Leonidas Zegarra (“El culto de los fracasados”, 1)

-Extracto del análisis completo

Acorazado_Potemkin_montaje intlectual

Por Max Aguirre Rodríguez

 

 

Jorge Sanjinés en “El cine en el Perú” (1998) decía que los cineastas latinoamericanos deberían apartarse de las fórmulas hollywoodenses y buscar en cambio los ritmos internos de la propia cultura. Eisenstein creía algo parecido y renunciaba al individuo como estrella para encumbrar a la masa, la protagonista en la era soviética. Y Leonidas Zegarra en “Mi crimen al desnudo” (2001) volvía actor al injerto en el montaje. No eran ni los colectivos ni los individuos lo importante, sino las intrusivas tomas de un concierto de tecnocumbia sin sentido aparente. Lo de Zegarra vendría a ser un neorrealismo sin guerra, un surrealismo sin presupuesto, una vanguardia tardía, un cine moderno que termina siendo retro.

 

Yrigoyen definió a Zegarra, luego de decir que es pésimo, como un Arguedas del cine B. Tanto el aclamado escritor como el vapulado cineasta nos muestran un mestizaje: un choque entre occidente y lo andino. Esto es especialmente válido en “De nuevo a la vida” (1973). La historia de la familia que llega a Lima es un reflejo de la propia experiencia de Zegarra. Yrigoyen también destaca la fijación de Zegarra por el “sexo lascivo”, su perspectiva negativa sobre el sexo (Diaz Balbín mata meretrices en nombre de Dios), la aparición de figuras místicas y referencias a Dios (Jesucristo aparece en “Mi crimen al desnudo”). En cuanto al montaje, se puede encontrar guiños al neorrealismo (curso que aprendió de Chacho León) en el uso de actores no profesionales y su visión documentalista. Y más interesante es que en su obra parezca haber guiños a Eisenstein (su concepto de conflicto y lo de destacar una atracción, una idea, por encima de la continuidad). En la obra de Zegarra abundan el montaje intelectual. En una de las primeras escenas de “De nuevo a la vida”, “Rulito” Pinasco empieza a violar a una muchacha en la playa. Mientras la desnuda y manosea, tomas de las olas parecen interrumpir el erotismo. Las tomas son muy rápidas a excepción del final, cuando vemos las olas finalmente chocar con la orilla de la playa. Pasan unos segundos. Hay calma. Pinasco acaba de violar a su víctima (o al menos se insinúa). Otro ejemplo podría ser la escena en la que el personaje Poggi copula con una prostituta, mientras su acto se intercala con varios asesinatos de Balbín. El final del asesinato de la tía se familiariza mediante el montaje con Poggi llegando al clímax. Estamos ante el momento detonante de la captura de Balbín, el momento más intenso y el que antecede el final (conclusión que ya solo puede contraerse en cuanto a intensidad).

 

Si le creemos a Huanchaco, los conciertos de tecnocumbia serían parte de un mensaje que Zegarra nos quiere transmitir. Algo que se agrega durante todo el largometraje interrumpiendo la continuidad para decirnos: esto es lo que hacía el gobierno con la prensa chicha. De ahí que el personaje Mario Poggi interrumpa una escena triste para bailar tecnocumbia con su hija h20. No hay continuidad ahí. Parece un clip musical insertado, es un injerto. También podemos notar la importancia que le da a retratar el sexo lascivo. Una curiosa muestra del realismo de Zegarra se ve cuando el asesino está solo en su celda luego de ser apresado. Llora. ¿Pero qué insinúa el montaje como el recuerdo de ese momento? Cinco minutos de sexo con su esposa Yesabella. ¿No es acaso lo que recordaría el hombre promedio en el momento más depresivo?