Por Charly
12 de octubre del 2014
Todos los que saben mi nombre no me conocen realmente. Podría decir que soy Charly, autista funcional, putero y, desde el 2013, detective privado. Pero eso sería mentir. Y mi ideología liberal me impide hacerlo, al menos conmigo mismo. Tengo dos pasatiempos y los ejecuto con pasión: perseguir mujeres por las calles y preguntarles si cobran o no. Cuando mi interrogante es saciada positivamente, pacto una cita privada, tengo sexo bajo unos lineamientos precisos y publico un rating en la página “Hermanos de leche”. Soy “Mefistosinjebe” para toda la comunidad putañera de Lima. En “Perutops” soy “Kamikaze69”. Ah, también fui policía, pero mis aficiones iban por otro lado. Estuve ahí el tiempo necesario para postularme como criminalista. Me di cuenta de que gracias a mis dos pasiones era capaz de perseguir por días enteros también a hombres, ver con quiénes se contactaban. Eran muy pocos los que reconocían mi intelectualidad suprema y mi increíble capacidad para seguir a alguien sin pausa alguna.
¿Entonces dónde estoy ahora? La última persona que me contactó me pidió seguir a un tal Alex Aguilar. Estoy en una iglesia, cinco sillas lejos de él. Todos están orando con los ojos cerrados, con la cabeza sumisa, en la completa oscuridad. Yo no puedo cerrar los ojos. A mi lado derecho está una guapa señorita de 18 años, copa A, cabello rubio oscuro, senos pequeños y seguramente rosados. La señora de mi izquierda, con anillo de casada, cabello castaño claro, copa C, está con una camisa que pretende ser recatada. No tiene muchas arrugas cerca a la boca. Raro en una mujer de casi 40 años. Ha tenido una vida poco feliz y nunca ha chupado un pene.
Domingo 26 de octubre del 2014
Otra vez en La Molina, en la misma iglesia. En la misma platea, en el mismo asiento. Estoy calmado, resolver crímenes es la única verdadera diversión que tengo. Me gusta exagerar lo raro que soy, me alegra (pero no tanto). Esta vez decidí quedarme sentado luego del discurso del pastor, un hombre octogenario que ve con felicidad su deceso. Se siente más cerca a Dios. Bien por él, ¿no? Ojalá yo pudiera ignorar que nada existe más allá de lo que podamos razonar. Todo lo que está fuera de nuestro alcance ni siquiera vale la pena ser mencionado. Es información inútil (como mucho de la literatura). Nunca entendí cómo podía ser más llamativo un libro sobre mundos mágicos que un libro sobre nuestro propio mundo. La crueldad humana no es un misterio, pero sigue generando buenos relatos, relatos que le competen a la psicología y a la sociología. Cada crimen cuenta una historia. No hay nada más interesante y estremecedor que la realidad.
Esta iglesia evangélica le entregó a la criminología (y al periodismo) una historia mejor que la de Caín y Abel. Dos miembros de la iglesia, casi como hermanos, lucharon por la aprobación de una señorita. Bueno, ya se sabe que esa historia es de celos. Un crimen pasional. Pero eso es como un comodín cuando los criminólogos no son tan astutos para encontrar la verdadera causa. “Asesinó por amor, por celos, o porque estaba loco” es la conclusión floja. Sí, la locura es el otro comodín. Por eso la historia de la Biblia es una mierda, parece el informe de un agente incapaz. Un detective que decide mejor decir que dos hermanos pelearon por la aprobación invisible de un ser divino. Y no, por ejemplo, del agrado de su padre. O que discutieron sobre quién iba a heredar las tierras de la familia. ¿Eso tiene más sentido, no? Hace un año, pero en el 2013, desapareció René Mayte. Y todos en la iglesia lloraron por encontrarlo. Se hicieron vigilias televisadas, a las que el astuto asesino acudió para no levantar sospechas. Pasaron 10 días, pudieron ser más si yo no intervenía, hasta que por fin hallaron al culpable: su mejor amigo, su casi hermano, Gerald, un joven pudiente de familia respetada en la comunidad, un hombre que le susurraba a la madre del fallecido que pronto encontrarían a su hijo. Y sí, lo encontraron. Enterrado en una propiedad de los padres de Gerald. Así que el asesino al menos no le mintió a la madre de su mejor amigo. Los asesinos tienen su lado tierno.
Cuando acudieron a mí con la conclusión de que era un crimen pasional, me molesté primero. Pero luego me di cuenta de que en este caso sí podía ser. Pero los dos muchachos no pelearon por la chica. ¿De verdad Gerald mató a su amigo por celos? No, es estúpido. El contexto es la clave. Ambos eran cristianos, pero Gerald era alguien más integrado. Tenía un lugar de privilegio. Tenía el cariño y el respeto de la gente. Entonces no le convenía que René, su mejor amigo y amante, revelara su relación homosexual. Yo recomendé que se consignara a la homosexualidad como razón del crimen, pero no me hicieron caso. Encontraron otra terminología. Y para le prensa fue simplemente Caín y no un Caín maricón.
El caso de “El justiciero carmesí” es entretenido únicamente porque aparentemente no hay rastros del victimario y sus ataques parecen aleatorios. Siempre es bueno dejar actuar al asesino hasta que revele un patrón. Solo se han encontrado cuerpos carbonizados de 4 personas hasta ahora. Alexander Herrera fue el primero. Este hijo de puta era un fascista y creo que merecía morir. Alguien que cree en la violencia es un peligro. Cuando un terrorista logra justificar sus actos, sus seguidores ya no sienten que son criminales. La impunidad se esparce como un virus. Hasta que doblega a la ley misma y se convierte en la nueva “justicia”. Qué fea mierda. Como liberal, defiendo la libertad y la vida. El fascista merecía morir, pero nadie puede matarlo. Nadie está por encima de la ley.
El 12 de octubre Alex Aguilar estuvo discutiendo con Herrera (le decían el general Alexander Herrera). Hablaron de hacer unas pintas para sugerir el retorno de Sendero Luminoso y hacer que el partido fascista gane importancia, que se conviertan en los vigilantes y protectores de la ciudad. Siete días después, Herrera fue encontrado carbonizado, como en los casos de combustión espontánea. Pero él estaba en un lugar apartado donde ninguna llama podía “accidentalmente” alcanzarlo. Pero tampoco había rastros de algún acompañante. Solo sus cigarrillos y el encendedor. En el segundo caso, la víctima también era un fumador que se había movilizado lejos de la zona que solía frecuentar. Pero en los dos últimos casos el protagonista no era un fumador. Las dos primeras víctimas eran miembros del partido fascista. Y las dos últimas habían sido redactores en la revista semanal en la que trabajaba Alex Aguilar. Por eso la prensa lo bautizó como “el asesino carmesí”, el rojo definitivo. Algo así. Alex Aguilar, mediante unos de mis blogs, me pidió investigar a Miguel Ricardo Helguera, el ahora único líder de los fascistas. Su pago era el ideal (no me gusta el dinero, pero me gusta comer -y últimamente no había muchos infieles-).