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The Crown: entre la tragedia, el deber y la supervivencia de una familia y una nación (6/12/2020)

Por Bryan Cóndor

 

Debo confesar que nunca fui un asiduo consumidor de series televisivas. Siempre me costó engancharme con las producciones lineales y sostenidas a través de varias temporadas. Siempre he preferido las series autoconclusivas (es decir, cuya trama acaba en el mismo capítulo, sin una gran historia que conecte los episodios o las temporadas) como Los Simpson, Portlandia o Parks and recreation.

Sin embargo, este año -antes del confinamiento a causa de la covid 19- esas preferencias dieron un vuelco con los dramas producidos por Netflix. Así pues, quedé enganchadísimo con House of Cards, The last czars, Tokyo trial, Au service de la France, Borgen, entre otras.

Pero la serie con la que empezó esta nueva afición fue la británica The Crown, que a propósito ya tiene disponible su cuarta temporada. Y es que la producción que revela el drama íntimo de la Casa de Windsor, desde los últimos días de Jorge VI hasta los recientes capítulos que dan cuenta del reinado de Isabel II y su particular relación con Margaret Thatcher, narran la historia de una familia marcada por la tragedia personal, el cumplimiento del deber y el ansia de supervivencia de una institución considerada obsoleta por algunos sectores de la sociedad británica. Los conflictos políticos, personales y coyunturales golpean a la familia real de una forma particular; por un lado, el dolor de ver a su país sumido en la crisis sin la posibilidad si quiera de emitir una opinión sin causar con ello una crisis constitucional. Por otro, las restricciones personales que suponen ser una familia pública y que incluso, cosas tan íntimas como decidir con quién casarse, qué apellido llevarán sus hijos o incluso cuántos hijos tener sean materia de debate en el parlamento.

The Crown tiene una producción impecable, con locaciones que adentran al espectador a ambientes como el palacio de Buckingham o Clarence House como si fuese uno de los participantes en las reuniones semanales de la reina y el primer ministro, o a las cacerías de la familia real en las alturas de Escocia. Las actuaciones, al principio de Claire Foy como al joven Isabel – con una breve reaparición en la cuarta temporada- y luego relevada en el papel por una gran Olivia Colman capturan muy bien el dualismo trágico y sereno de un personaje tan complejo como el de la reina de Inglaterra. Y si bien, algunos pueden tener reparos en -algunos casos- la poca profundización del contexto político o de la cronología de los hechos narrados – crítica que se ha sentido más en esta última temporada- cabría recordar que The Crown es más un drama intimista sobre la familia real que una serie con intenciones documentales sobre las crisis políticas y económicas del Reino Unido de los 70 y 80. Y aunque hoy los reflectores están bajo la subtrama de Carlos y Diana -que no escatima en detalles sobre la bulimia de la Princesa del pueblo o las múltiples infidelidades de los príncipes de Gales-, la serie a la que aún quedan dos temporadas tiene aún mucho por ofrecer. Y aunque se dice que The Crown solo abarcará los hechos sucedidos hasta la década del 2000, no hay duda que la expectativa que dejó la última temporada nos hará esperar ansiosos la que sigue, que se estrenará probablemente en 2022.