I. Más Corazón que Odio
Cuando salimos de la sala, tras ver Cielo Oscuro, el último estreno en lo concerniente al cine nacional, mi padre no dejaba de mirarme como si le hubiera confesado que había embarazado a una moza o admitido mi participación en la próxima marcha por el día del orgullo gay. Durante unos instantes no supe cómo equilibrar mi deleite al haberle hecho perder tiempo de esa manera con mi natural vergüenza por aquella falta con quien me hizo conocer la épica de John Ford, la apocalíptica revisión del far west a cargo de Sergio Leone, el cromatismo gótico de Terence Fisher o la alucinante desolación de Charlton Heston en El Planeta de los Simios. Él, viejo descendiente de italianos poco dado a los eufemismos especialmente cuando se trata de referirse a un hábito tan querido como es el contemplar películas, soltó una pregunta destinada a ser respondida por su propia persona:
“¿Qué hace falta para que una película peruana no sea tan mala?
Pues que no sea peruana…”
¿Sería esa la solución? pregunté. Le recordé que sí existían muy buenas cintas nacionales como la ya lejana Bajo la Piel, de Francisco Lombardi, realizador hoy satanizado por los mediocres (y aquí si estoy usando un eufemismo) “nuevos cineastas peruanos” especializados en filmar estupideces “artis”, endogámicas “no aptas para espectadores con blockbusterismo terminal” y cuya trascendencia es incluso inferior al de un sketch ochentero de Risas y Salsa trasmitido de madrugada.
II. En tierra de ciegos el tuerto es rey (Polifemo, ¿siglo VIII antes de La Última Tentación de Cristo?)
La obra de Lombardi al menos tiene notables aciertos cuya calidad ha ido variando a través de los años (La Ciudad y Los Perros, La Boca del Lobo, Caídos del Cielo, la citada Bajo la Piel, Tinta Roja); hoy, cinematográficamente perdido _ al menos hasta nuevo aviso _ ha “cedido la posta” a jóvenes realizadores que no han hecho otra cosa más que amplificar los peores tics de la generación del director de Los Amigos (¿la recuerdan?).
Cintas como Madeinusa, La Teta Asustada, Paraíso, Las Malas Intenciones, Dioses,Tarata, Un Día sin Sexo, Paloma de Papel, Cielo Oscuro o las exhibidas en bochornosos eventos tipo Lima Independiente han hecho de la menesterosidad técnica un axioma y del sopor un dogma. Incapaces de suscitar una genuina conexión con el público (“la masa que sólo pide basura jolibudense”, dicen algunos) y de crear paradigmas o conceptos referenciales en el espectador, simplemente se regodean en un empleo de la narrativa fílmica tan patético como pretencioso (“deconstrucción” que le dicen ahora), interpretaciones nefastas, una risible noción de “relación con la urbe” (lo zafio no es sinónimo de popular, amiguitos) y moralina trasnochada.
¿Qué sucedió? ¿Es acaso Lombardi el mejor cineasta que ha dado este descastado país? Todo parece indicar que sí. Su mejor director, pese a quien le pese y quien supo animar de manera más eficiente aquel páramo llamado cine peruano. La virtud de Don Francisco (XD) fue tener un hábil olfato para desarrollar temas que generaran interés en la mayoría _ pecado casi mortal para los actuales independientes del celuloide _ y en sus mejores momentos elaborar un sentido de épica urbana e incluso agreste que la acerca a los más altos exponentes de nuestras letras.
Una épica sombría, difícilmente redentora, cierto es, y no hay ningún problema en ello. El espíritu de gesta es inherente al ser humano, por más que digan lo contrario las teorías relativistas y endebles que ofician de lectura de cabecera del arti; la gesta bien puede ser una epopeya destinada a redimir el mundo tal y cual lo conocemos o también oficiar como la crónica luminosa de una derrota. El acierto de Lombardi fue transmitir esa sensibilidad en los instantes más afortunados de su cine: en el hervidero de lealtades y traiciones de aquella escuela militar en La Ciudad y Los Perros, en la implacable denuncia de la barbarie terrorista y de algunos elementos de las fuerzas armadas en La Boca del Lobo o en aquel fresco de ecos ribeyronistas en Caídos del Cielo.
III. El Perú es un arti devoto de Apichatpong Weerasethakul sentado sobre una ruma de guiones inéditos de Fritz Lang, Hitchcock, John Ford, Leone, Malick y Peter Weir (Antonio Raimondi, desde el Topus Uranus)
A su modo, la vieja guardia se dispuso a plasmar una épica con identidad nacional. Incluso films lamentables de ideas potencialmente atractivas como La Muralla Verde de Robles Godoy, el Túpac Amaru de Federico García o las almibaradas historias de estética áspera del grupo Chaski intentaron cimentar esa épica cinematográfica, íntegramente peruana, hoy en día completamente ausente en las esporádicas producciones nacionales. No niego que la difícil situación económica del país _ estúpidamente maquillada en los últimos años con etéreas cifras de crecimiento y otras abstracciones _ pueda influenciar en el desempeño de un arte como el cine; no obstante ¿puede llegar a determinarlo? Y la incapacidad de autocrítica que ostentan la casi totalidad de nuestros representantes fílmicos dan luces sobre el distanciamiento entre realizadores y público: simbiosis vital desde que Méliès demostró el poder del cine para hacer otras cosas más allá de la estéril contemplación de escenas cotidianas.
El empeño de la nueva camada de directores por hacerse, ante todo y por sobre todo, un lugarcito en festivales tan o más discutibles que la misma ceremonia del Oscar (y en este certamen al menos hay algo de entretenimiento asegurado) es consecuencia de las várices cerebrales que desde buen tiempo se han apoderado del cuerpo calloso de estos hidalgos y damas, anulando su interés por fomentar una industria, pequeña en un principio, que poco a poco vaya consolidándose como una vía segura para el estreno permanente de productos de calidad de cara al gran público. Advierto que he “escribido” dos blasfemias que consciente o inconscientemente enervan a estos ineptos: “industria” y “productos”.
“A las masas que han pasado las de Caín les importa un comino el que les muestren películas de corte costumbrista o documental. Las masas van al cine para sentir no para comprender. De ahí, que es un grave error calificarlas de insensibles por su renuencia a cierto tipo de cine llamémosle “artístico”. Sucede simplemente que están hartas de la realidad que tanto les ha hecho sufrir. De ahí que rescato el gran aporte de maestros como Hitchcock, John Ford o Howard Hawks. De ahí que rescato el gran aporte de los novelistas, de los juglares y fabulistas de antaño: podían narrarte los acontecimientos más cruentos que hayan asolado una nación…pero lo hacían a través de metáforas; cuentos, leyendas y mitos que sirvieron como espejo y catarsis de una sociedad ansiosa por reconocerse, recordar y trascender.” Tsui Hark, capo del cine hongkonés.
Ya que menciono a Tsui Hark…acabo de recordar al gran John Woo: cintas suyas como Un Mañana Mejor I y II, El Asesino o Hard Boiled son ejemplos perfectos de cómo arte e industria se unen en un todo armónico. Como en su momento hizo Sergio Leone con el western, las cintas de Woo cambiaron la manera de ver los films policiales; una sensibilidad que incluso fue asimilada por el cine estadounidense. Lo paradójico del asunto es que el director chino simplemente había plasmado en el ecran la estética del maestro americano Sam Peckinpah así como el leitmotiv de los clásicos del film noir, todo ello bajo el sello asiático: algo inmediatamente reconocible; un espléndido envoltorio oriental para temas universales, arquetípicos.
¿Podría hacerse algo así en esta tierra? En teoría sí. Estoy convencido de que existen pocos lugares tan potencialmente legendarios o “pulps” como el Perú. Más, el papanatismo de nuestros cineastas no tardaría en estropearlo todo: veríamos a inverosímiles policías, detectives, hampones y féminas de armas tomar emulando las formas de la serie B yankee de los noventas (¿recuerdan las teleseries Polvo para Tiburones y La Gran Sangre? csm) o en su defecto zarrapastrosos oficiales hundiéndose en las ciénagas del costumbrismo lumpen. Y desde luego, para darle un toque más local, estridentes lisuras sacadas de nuestro magnífico vocabulario de procacidades así como anodinos paneos de lugares dignos de ese turismo-urinario que tanto gusta a los artistas nacionales de hoy.
Adefesios como La Gran Sangre, Mañana te Cuento o los inenarrables trabajos en el campo fantaterrorífico de los directores del interior del país, dan muestras de un profundo interés por el cine de géneros en nuestra cultura. La obra de Aldo Miyashiro (teñida de cierto barniz subte que lastró su propuesta) es huachafa hasta decir basta, cierto es, sin embargo esta _ o una parte de la misma, diré más bien _ sintonizó con los intereses del espectador: aventuras, dramas, héroes, villanos, acción trepidante…épica. Variables poco o nada éticas para “el antimaniqueo gusto estereotipado del arti”, pero fundamentales para el arte perdurable.
Resulta sintomático que el Perú posea una pintura de primera línea (1), una literatura absolutamente aria (2), una fotografía descomunal (3), una música egregia (4) y un cine y comic pestilentes salvo contadísimas excepciones. Dos de las artes más recientes en la historia…socavadas por la impericia de quienes las han practicado en este territorio. Why? (Annie Lennox, 1992).
Un buen amigo me dijo una vez que aún no hemos aprendido a tridimensionalizar las historias. Eso, aunado a una ideologización de cariz izmierdosesentoso y otras taras afines (5) habrían mermado profundamente la evolución de nuestra cinematografía (e historieta). Otras artes también se han visto melladas por dichas consignas; afortunadamente ya habían parido bellezas al momento de que esas idioteces se apoderaran de la cultura.
IV. ¡Corten! Se imprime…
El exiguo apoyo a la cinematografía y otras manifestaciones artísticas de la que siempre han hecho gala los sucesivos gobiernos es una realidad, pero… ante situaciones urgentes…medidas urgentes…
¿Existe alguna forma en que todos los involucrados en las artes audiovisuales _ y los adinerados amiguitos o contactos que posiblemente tengan _ monten una especie de sindicato, una suerte de compañía o comunidad marxistajesuita abocada a la producción de películas de bajo y mediano presupuesto honestamente comerciales? ¿Es eso posible? ¿Es posible hablar de cintas hechas aquí, con rigor y profesionalismo las cuales paulatinamente irán ganando un público cada vez más amplio, cuyo dinero dejado en la taquilla permitirá consolidar y refinar esta propuesta, la misma que deberá pasar por un estricto control de calidad a fin de que el sueño de una cinematografía 100% nacional y universal donde los peruanos _ y terrícolas _ se reconozcan y celebren y en que el cine nacional dejará finalmente de parecer una beneficencia en quiebra para convertirse en una sólida industria que otorgue trabajo y experiencia a quienes ahí participen?
¿Es eso posible?
¿O mi ingenuidad me está haciendo obviar otras cosas?
¿Acaso estamos condenaos a Claudias Llosas, Aldos Miyashiros, Efraínes Aguilares, Micheles Gómez y Eduardos Adrianzénes? El cine y la televisión peruana se merecen más, creo yo.
¿O no?
(1) Afuera con Szyszlo, los indigenistas y sus herederos… ¡vengan Carlos Baca Flor, Teófilo Castillo, Francisco Lazo, Daniel Hernández, Alberto Vargas, Luis Palao y Luis Montero!
(2) Palma, Valdelomar, Ribeyro, Rivera Martínez, Chocano, Eguren, VallEMO, Luis Hernández, Ciro Alegría, Varela, Martín Adán, García Calderón y otros de esa magna calaña…
(3) Chambi, los hermanitos Vargas.
(4) Los Saicos…y hablo en serio…
(5) “¡El cine _ y comic _ yankee y su embrutecedoras películas _ e historietas _ comerciales!”, “¡El cine _ y el comic _ debe estar comprometido con la realidad social!”, “¡El cine _ y el comic _ ha de mostrar el mundo interno de su autor: debe ser experimental, transgresor y heterodoxo, al margen de los gustos ramplones del público!»