Corrupción y capitalismo.
Colaboración especial del economista marxista argentino Rolando Astarita.
La posibilidad de que la corrupción se transforme en una palanca de acumulación reconoce un anclaje, en última instancia, en la contradicción que existe entre las funciones del estado, en tanto representante de los intereses del capital “en general”, por un lado, y los intereses de los capitales particulares, por el otro. Es a través de esta articulación específica que se despliegan las tensiones y conflictos en torno a la problemática de la corrupción.
El enfoque teórico más general de lo que sigue es tributario de la “escuela de la derivación”. La idea es que las leyes del movimiento del modo de producción capitalista, que actúan como tendencias, se relacionan siempre con el capital social total; pero éste sólo existe bajo la forma de capitales particulares, los cuales necesitan las condiciones materiales adecuadas para desplegar el proceso de valorización. El problema es que muchas de esas condiciones no pueden ser creadas por los capitales en particular; a veces, porque se trata de actividades que no rinden beneficios, otras veces porque no tienen la envergadura necesaria para encararlas, o por otras razones. “Se requiere entonces una institución especial que no esté sujeta a las limitaciones del propio capital, una institución cuyos actos no estén determinados así por la necesidad de producir plusvalor, una institución que es especial en el sentido de estar ‘junto a la sociedad burguesa y el margen de ella’ (Marx y Engels)” (Altvater, p. 91).
Esta institución es, por supuesto, el estado; “una forma específica que expresa los intereses generales del capital” (idem, p. 92). Por eso, el estado, junto a la competencia, “es un momento esencial en el proceso de reproducción social del capital” (idem), que por su naturaleza tenderá a expresar los intereses del capital en general. Pero esto no ocurre libre de contradicciones, ya que “el capital en general” solo existe a través de la guerra competitiva de los capitales singulares. De aquí que haya múltiples fuentes de tensiones. Por caso, el estado requiere trabajo burocrático (además del ideológico y represivo) que implica gasto improductivo. Ello implica un drenaje de plusvalía (a través de los impuestos), que cada capital en particular intentará reducir al máximo, pero que en interés del capital en general, no pueden bajar de ciertos mínimos. Asimismo, en muchas ocasiones el estado debe garantizar los intereses generales, por sobre intereses particulares. Por ejemplo, cuando impone reglamentaciones por las “deseconomías externas” que generan determinadas actividades (por caso, contaminación ambiental). Y a veces el estado debe imponerse sobre el conjunto del capital, para defender el interés de este mismo capital en general. Para dar un ejemplo histórico, en los orígenes del capitalismo industrial el afán desmedido de ganancias y la explotación pusieron en peligro la existencia misma de la clase obrera, por lo cual el estado británico impuso restricciones (a la jornada laboral, al trabajo infantil, etc.), a fin de preservar a “la gallina de los huevos de oro”.
Todo esto también explica por qué el estado no se adecua automáticamente a los intereses del capital en general, y por qué no siempre los gobiernos, o las instituciones, responden a esos intereses. Las fracciones en disputa permanentemente tratan de posicionarse de la mejor manera en la lucha competitiva, y el apoyo de organismos del estado es un recurso siempre deseado y buscado. A su vez, la actuación del estado, o de instituciones estatales, también estará condicionada, o respaldada, por las posiciones políticas e intereses que asuman las otras clases sociales, que pueden verse favorecidas, o perjudicadas, por la resultante de los conflictos en curso. Todo esto explica también que haya un impulso a la institucionalización de un “contra-poder” (Offe, p. 67), el cual actúa como “el mecanismo regulador destinado a garantizar una relativa autonomía al gobierno nacional” (idem) y a los diversos organismos estatales.
Esta dialéctica de unidad-fragmentación que subyace a la relación entre el estado y el capital, a su vez, puede explicar por qué la corrupción tiene una base estructural en la sociedad capitalista. Por un lado, es palanca de acumulación originaria para algunos sectores o capitales singulares. Por otra parte, los capitales que no acceden a las instancias que la posibilitan, tratarán de activar los mecanismos de contra-poder (jueces “independientes”, imperio de la ley, etc.) que garanticen la igualdad de las condiciones competitivas. Tengamos presente que esta última es una condición esencial de la acumulación del capital (la hermandad en la explotación del trabajo), a través de la cual opera la tendencia a la igualación de la tasa de ganancia. Si las condiciones de igualdad competitiva se debilitan, se entorpecen los mecanismos a través de los cuales se comparan y distribuyen los tiempos de trabajo social, se imponen sobrecostos a los capitales no favorecidos, y aumenta el gasto improductivo. Por eso, cuando desde fracciones de la clase dominante se exige acabar con la corrupción, no se está pidiendo acabar con la explotación: sólo se está reclamando el derecho democrático a participar en igualdad de condiciones en la extracción y reparto de la plusvalía. En este respecto, el estado no representa el bien general sino “sólo la articulación particular de intereses de una clase particular” (Marx).
En el plano ideológico, las fracciones desplazadas harán todo lo que esté a su alcance para que su causa sea leída como una “causa nacional” y democrática por la opinión pública. Es comprensible también que cuando los mecanismos de contra-poder se debilitan, y algunas fracciones del capital se apropian de “excesivas” porciones del botín, se intensifiquen los reclamos de “transparencia y moralidad”. Esto puede verse agudizado si los mecanismos de la corrupción van acompañados -como suele suceder- de formas bonapartistas en el régimen político. Los negociados, los sobornos, el blanqueo de dinero y similares, demandan el mantenimiento de los “secretos de estado” y el alejamiento de las amplias masas de lo que se cuece en las “altas esferas de la alta política”. Pero esto también puede afectar a las fracciones de la clase dominante que está excluidas de la fiesta. En cualquier caso, la intensidad de estos conflictos, sus ritmos y formas de resolución, incluidas las formas institucionales, estarán sujetos a las circunstancias sociales y políticas de cada coyuntura. Dejemos anotado que una cuestión a investigar es qué relación puede existir entre el nivel de desarrollo del capitalismo, y la medida en que los capitales “en general” hacen valer los mecanismos de contra-poder, que debilitan la posibilidad de que sectores advenedizos accedan a las palancas de la acumulación originaria.
Lumpen burguesía
Los mecanismos de la corrupción posibilitan que fracciones del capital mejoren sus posiciones frente a sus competidores, y también que personajes carentes de recursos se conviertan, casi de la noche a la mañana, en grandes capitalistas. Es una historia repetida, que reconoce tres pasos característicos: el saqueo originario, el blanqueo del dinero (que puede darse por vías ilegales, pero también legales cuando los gobiernos disponen “amnistías tributarias amplias”) y la puesta en marcha del negocio “legalizado”. Así, pasados algunos años, ¿quién se acuerda de que el ahora exitoso empresario X hizo sus primeros dinerillos en escandalosos negociados con la obra pública, o el contrabando, o la especulación dolosa en el mercado financiero, o por cualquier otro medio fraudulento? El dinero no tiene olor, y una vez puesto en el circuito del valor que da valor, todo se puede olvidar y perdonar.
Pero también está la alternativa del que no deviene capitalista “hecho y derecho”, sino permanece en la condición de lumpen burgués, vinculado al estado y a los circuitos financieros. El término lumpen burgués fue utilizado por André Gunder Frank para referirse a que los poderes coloniales buscaban adquirir recursos en las colonias y para esto incorporaban a las elites locales al sistema, las cuales se convertían en intermediarias entre los ricos capitalistas coloniales y los productores locales, explotados. Estas elites dependían de la intermediación y se quedaban con una tajada del excedente, pero no tenían raíz propia.
Pues bien, hoy podríamos hablar de lumpen burguesía estatal para significar esa capa de altos funcionarios del estado, que no sólo recibe plusvalía bajo la forma de salario, sino también se apropia de otra tajada en tanto intermedia y habilita el enriquecimiento, o la formación, de nuevos capitalistas, sin transformarse por eso en explotadora directa del trabajo. Por lo general, estos sectores acumulan en los mercados financieros internacionales (bonos, acciones, depósitos en cuentas externas), o en propiedad residencial (en Miami, por caso). Tienen una lógica especulativa, que ni siquiera es la del prestamista que gana en el circuito “dinero – más dinero”; aquí es “dinero que surge de la nada” y se reproduce de la nada, para blanquearse y fundirse luego con el capital financiero internacional. Se trata de una lumpen burguesía estatal y financiera, que no pasa al estatus de capitalista productivo; es una especie particular de parásito, un tipo humano desfachatado y dilapidador sin límites, habituado a realizar todo tipo de fraudes y engaños, en combinación con fracciones del capital privado, interno o externo. Es curioso cómo un amplio abanico de la izquierda K (peronismo de izquierda, militantes y ex militantes del PC, intelectuales estilo 6,7,8 y similares) disimulan, o incluso justifican, con las más diversas excusas, la existencia de este fenómeno.
Corrupción, clase obrera y movimientos sociales
Si bien los marxistas rechazamos la idea de que la corrupción es la principal causa del atraso económico, o de los sufrimientos de la clase trabajadora, en el socialismo siempre existió una aguda conciencia de sus efectos negativos sobre la clase obrera y los movimientos revolucionarios, o incluso democrático reformistas. La preocupación ya estaba en Marx y Engels. Por ejemplo Marx, en carta a Liebknecht del 11 de febrero de 1878, decía que la clase obrera inglesa había sido “la más corrompida desde 1848 y había terminado por ser el furgón del gran partido Liberal, es decir, lacayos de los capitalistas. Su dirección había pasado completamente a manos de los corrompidos dirigentes sindicales y agentes profesionales”. Marx y Engels también estaban convencidos de que la clase obrera británica se beneficiaba de la explotación que realizaba Gran Bretaña en el resto del mundo, lo que daba lugar a un “proletariado burgués” (carta de Engels a Marx del 7 de octubre de 1858). Y Marx se refirió incluso al rol negativo de las cooperativas obreras sostenidas por el gobierno prusiano; en carta a Engels, del 18 de febrero de 1865, decía que “el apoyo del gobierno real prusiano a las sociedades cooperativas… carece de valor alguno como medida económica, pero en cambio extiende el sistema de la tutela, corrompe a un sector de los obreros, y castra el movimiento”.
La idea de que la corrupción es un factor de dominio de la burguesía, y de desmoralización y desorganización de la clase obrera, también está presente, incluso de manera más aguda, en Lenin y en Trotsky. Este último, por ejemplo, llegó a decir que la burocracia sindical “es la columna vertebral del imperialismo británico”, y “el principal instrumento de la opresión del estado burgués”; pensaba que en los países atrasados el capitalismo creaba “un estrato de aristócratas y burócratas obreros”, y que los sindicatos se transformaban (era el caso de México) “en instituciones semiestatales” que asumían “un carácter semitotalitario” (véase Trotsky, 1977). En un texto de los años 1920 sostenía que la burguesía norteamericana, como antes había hecho la británica, “engorda a la aristocracia obrera para mantener maniatado al proletariado” (1975, p. 67).
Todo esto es aplicable a la actualidad argentina (y sospecho, a la actualidad de la mayoría de los países capitalistas). Históricamente, la clase dominante -a través del capital privado, o del estado- ha buscado dividir, desmoralizar, desorganizar a los movimientos sociales o críticos. Es conocida la historia de los sindicatos. Hoy la burocracia sindical es socia del capital y del estado, a través de múltiples conexiones, como el manejo de obras sociales, la administración del ingreso de trabajadores a las empresas, la participación directa en negocios capitalistas, con colaboración, o no, de instancias estatales, y otras vías. La burocratización trae aparejadas, inevitablemente, las prácticas burguesas y represivas al interior de las organizaciones obreras.
Pero el mal se extiende también a los movimientos de desocupados, a organismos defensores de derechos humanos, y de cualquier tipo. Por ejemplo, actualmente las cooperativas de desocupados opositoras del gobierno K son discriminadas en la asignación de recursos, en tanto las adictas son recompensadas de múltiples formas. De esta manera, se consolida un sistema de tutelaje y corrupción de dirigentes sociales, a cargo del estado. Los casos son muy conocidos, y no hace falta abundar en ello. Señalemos también el rol de la corrupción para convertir a intelectuales críticos en apologistas del sistema, o defensores de alguna fracción de la clase dominante. En esta vena, es frecuente encontrar esos sujetos en los cuales, y al decir de Marx, “el charlatanismo en la ciencia y el acomodo en la política son inseparables”. Como es costumbre, estos intelectuales “progres” dirán -sesudamente, faltaba más- que no hay que denunciar esta corrupción porque “le hace el juego a la derecha” o porque “desprestigia a los sindicatos, a los movimientos sociales, o a la política”. Según esta tesis, no habría que denunciar la corrupción y la represión de la burocracia sindical, aunque son principales factores del debilitamiento de los sindicatos, para no debilitar a los sindicatos. Y lo mismo se aplicaría al resto de las organizaciones; y a ellos mismos. Es, por supuesto, un razonamiento absurdo (aunque acomodaticio). Los marxistas son conscientes de que la emancipación de la clase obrera no se logrará ocultando los problemas y las contradicciones. La crítica debe ir hasta la médula, y el principio de toda crítica es el rigor.
Textos citados:
Altvater, E. (1977): “Notas sobre algunos problemas de la intervención del estado”, en H. Sonntag y H. Valecillos, edit., El estado en el capitalismo contemporáneo, México, Siglo XXI.
Marx, K., y F. Engels (1973): Correspondencia, Buenos Aires, Cartago.
Offe, C. (1988): “La abolición del control del mercado y el problema de la legitimidad”, en Sonntag y Valecillos, edit, citado.
Trotsky, L. (1977): Sobre los sindicatos, Bogotá, Pluma.
Trotsky, L. (1975): Sobre Europa y Estados Unidos, Buenos Aires, Pluma.