*Pensamientos de Javier Garófalo, hombrista y doctor en sociología.
Domingo 7 de julio
Hoy he vuelto a tener esa pesadilla. Lo miré fijamente. Estaba en lo correcto. Esa mirada no la puedo olvidar. Un demonio habita el corazón de Aldo. Debo ir a verlo. Quizás él no es consciente de su otra personalidad. Pero debo estar prevenido. Debe ser no una visita de muchas sino la última.
No son ni las 12 del día. Saco mi pistola, la cargo y dejo mi cuarto. Salgo del hotel convencido de que esto no es una locura. La casa de Aldo no queda muy lejos. Mientras camino tengo la impresión de que la gente sabe que me dirijo a matarlo. Me invade cierto pudor extraño. Es la primera vez… que mataré a un hombre.
Un hombre anciano me mira. Parece como si reprobara lo que haré. Dejo de mirar a la gente y me concentro en el camino. Ya estoy muy cerca y lo he asimilado. Ya no siento ningún tipo de temor o duda. Solo me invade el deseo de saber que dejará de existir.
Llego a su casa y toco la puerta. Aldo me abre mientras esboza una sonrisa ingenua. Me deja pasar. Nos sentamos en un sofá frente a su televisor. Me pregunta si he traído algún tipo de grabadora. No tengo excusas. Afortunadamente él me recuerda lo de nuestro diálogo pendiente. Le digo que vine por esa razón. Se para un rato. Me deja solo. Aún no he decidido cómo matarlo. Ahora siento todo esto tan normal. Pensé que me delataría el nerviosismo pero parece que estoy haciendo lo correcto.
Él regresa con una especie de torta de carne y un cuchillo. Lo embisto. No dejo que reaccione. Lo aplastó con mi cuerpo. Lo golpeo en la nariz de una manera brutal. Lo someto. Alejo el cuchillo de nosotros. Aldo casi ni se mueve. Saco la pistola y le apunto en la barbilla destrozada. El muchacho no se mueve. Vuelvo a golpearlo en la cara. Su nariz no deja de sangrar. Le abro la frente con la punta de la pistola. Él no se inmuta. Me comienzo a sentir muy extraño. Le empiezo a gritar. Le digo que responda. Dejo los puños. Sacudo su cabeza contra el piso. No responde. Lo hago de nuevo. No hablará.
Arrojo la pistola muy lejos y utilizo mis dos manos para ahorcarlo. Ahora puedo sentir que todavía está vivo. Recién siento que estoy matando a alguien. Empiezo a temblar mientras él parece dejar que lo estrangule. Su cuello empieza a endurecerse mientras mis manos parecen que están a punto de destrozarlo. Debo hacerlo. Parece balbucear algo. Alejo mis manos.
Él sonríe mientras sus ojos exorbitados vuelven a la normalidad. Empieza a reír de una manera enfermiza. No reacciono. Continúa y me mira fijamente con su mirada desfigurada. Me pregunta si lo disfruté. Su voz es distinta. No es Aldo. Me dice que debí terminar lo que comencé. Trato de estrangularlo pero me golpea con una fuerza sobrehumana. Me hace a un lado. Lo miro desde el piso. No es la misma persona. Su rostro está magullado pero parece producto de una enfermedad y no de una golpiza. Noto unas protuberancias en su cara y en su cuello. Me pisa con mucha violencia el abdomen. Repite la tortura varias veces. ¿Qué acento es el que tiene este sujeto? Cada vez se me hace más familiar mientras trato de desenfocarme del dolor. Los bubones de su rostro empiezan a crecer. La fisonomía de su rostro empieza a cambiar.
Me confiesa su verdadera identidad: Jean Paul Marat. Claramente estoy ante un maldito enfermo. Me comienza a contar una historia delirante sobre su venganza. Mientras lo hace, trato de reponerme. Continúa completamente perdido en su locura. Él realmente cree que es Marat. Le hago preguntas mientras empiezo a pararme. Él sigue con un relato totalmente enfermizo mientras ríe escandalosamente. Logro pararme y corro a la cocina. Mis ojos empiezan a ver unos destellos. Veo unos destellos en el centro de mi visión. Los destellos me enceguecen. Me quedo quieto y mantengo en pie gracias al borde de algo.
No siento su presencia. Se ha callado. Pero sé que me ve. No estoy muy lejos de donde estábamos. Comienza a hablar. Es como si su voz viniera de todas partes. Cierro mis ojos porque ahora son inútiles. Su voz se escucha más cerca pero en todas las direcciones. La escucho dentro de mi cabeza. Grito muy fuerte para que alguien me escuche. Él ríe mientras insiste en que es Marat y que ha regresado por venganza. Grito hasta que empiezo a llorar. Su voz comienza a rasgar mis pensamientos. Ya no puedo pensar. Ya no sé lo que grito. Ya no siento lo que hago. Empiezo a dejar de sentir mi cuerpo. No sé si estoy gritando. No sé si sigo ahí. No sé si existo. Vuelvo a escuchar mis gritos. Los siento lejanos y fuera de mí. Siento mis lágrimas. Vuelvo a escuchar sus risas enfermas. Me golpea en el cuello. Caigo al piso sin poder protegerme. Creo que me he roto la cabeza. Estoy inmóvil. No siento dolor pero siento algo líquido en mi frente. Mi cuerpo está entumecido.
Él me susurra. No entiendo lo que dice. Me susurra de nuevo pero esta vez a ambas orejas a la vez. No entiendo el idioma. Tampoco recuerdo el idioma en el que estoy pensando ahora. Comienzo a sentir una mano. El piso empieza a sentirse distinto. Vuelvo a escuchar algunos sonidos. Vuelvo a sentir calor en el pecho. Aún no puedo ver. Mi mano se desliza en el piso. El piso empieza a moverse. Mi mano izquierda también siente el cambio. El resto de mi cuerpo también. Empiezo a gritar. Me paro y caigo de espaldas. El piso no deja de moverse. Ya no escucho a Aldo. Me coloco en posición fetal mientras espero mi asesinato. Me agarro la cabeza. Sigo llorando. Ahora puedo sentir las lagrimas en mis ojos y en la barbilla. Me levanto. Estoy de rodillas esperando que me dispare o que me corte la garganta. La espera se prolonga y no puedo llorar más. Estoy destrozado. Abro los ojos y veo solo los bordes de todo. Parece que es de noche. Casi no distingo nada. Toco el piso. No es un piso. Es pasto. Estoy a salvo.
Pasa una hora y recobro la visión. Miro mi celular y son las 8 de la noche. Me dirijo al hotel completamente fuera de mí. El recepcionista se sorprende al verme. Voy al ascensor y reviso mis llamadas. Hay 156 llamadas perdidas. Y no es más domingo sino martes.
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esta guey