Por Lucas G. Gallo
Habiendo cursado dos años del profesorado de lengua y literatura, me propongo a abordar nuevamente un tema al que ya le dediqué una nota de opinión en 2018, pero ahora quiero hacerlo con una mayor rigurosidad, ya que a lo largo de estos años, ya sea por mi propia curiosidad o por la carrera que estoy haciendo fui adquiriendo nuevas herramientas que me permiten refutar con fundamento, lo que en su momento refuté de manera intuitiva. Estoy hablando del mal llamado «lenguaje inclusivo».
En primer lugar me gustaría repasar un poco la historia, la forma de escribir en la que se intercambia el sufijo flexivo (la vocal que da el género gramatical) de la palabra por una «x» fue utilizada por primera vez por los anarquistas españoles (de mayoría sindicalista) en la guerra civil. Ellos escribían así porque consideraban que era una forma de subvertir el lenguaje del estado y de los burgueses. Tiene sentido que lo hayan hecho así puesto que el lenguaje es la base de la cultura, todo lo que producimos y transmitimos los seres humanos se expresa a través de signos, por consecuencia, quien subvierte el lenguaje, subvierte la cultura. Si bien más adelante ahondaremos en por qué su premisa es incompleta, lo cierto es que tenían un fundamento para hacerlo, pero lo que más tiene que quedar claro en este ensayo es que creando este nuevo dialecto ellos no tenían la intención de incluir, ni de transformar el lenguaje. La única intención que ellos tenían era ser subversivos.
Pasada la guerra y a principios del siglo XXI a unos pocos hablantes del castellano se les ocurrió reinventar esta forma de expresión intercambiando las vocales por un «@», en el castellano oral, se empezó a utilizar el utilizar el masculino primero y el femenino a posterior, o viceversa en el caso de las palabras que presenten ambas alternativas. Esta vez no con un fin subversivo únicamente, sino en función de la premisa de que esta nueva forma de habar y de escribir fomenta la inclusión de las mujeres en una lengua presuntamente machista cómo es el castellano.
Ya más cercanos en el tiempo, es difícil determinar en qué año por ser un fenómeno tan reciente, pero estimo que después del 2017 hubo quienes quisieron redoblar la apuesta, alegando que existen personas que no se sienten identificadas con el sexo masculino, ni el sexo femenino, por consecuencia, era necesario “revolucionar” la forma de expresión escrita adoptando nuevamente la «x» (aunque la mayoría de quienes hoy la emplean desconozcan su origen),sin embargo al ser una forma impronunciable se decidió también remplazar la «x» por una «e» en el castellano oral.
Indagar en los motivos ocultos de esta deformación de la lengua es bastante subjetivo por lo que no voy a hacerlo en esta oportunidad. Lo que si es objetivo es que existen más de mil doscientos millones de hablantes del castellano en el mundo, siendo la cuarta lengua más difundida en todo el globo. Sin embargo, de este gran número de personas solo el 8% utiliza alguna de estas formas de expresión de manera cotidiana (según el diario cultura de Argentina). A pesar de ello tanto en Argentina, como en Chile, como en España existen normativas de ministerios e instituciones, tanto privadas como públicas que regulan (erróneamente) y avalan el uso del «lenguaje inclusivo» o «lenguaje no sexista». La RAE por su parte sigue sosteniendo que no va a normar su uso.
Habiendo explicado el contexto histórico y el contexto sociológico, ahora abordaremos el campo lingüístico dónde demostraré por qué todas las formas de «lenguaje no sexista» ni son lenguaje como tal, ni son gramaticalmente viables.
En primer lugar, sería bueno explicar la noción de lenguaje. Según señala Ferdinand de Saussure, el padre de la lingüística, lenguaje como tal es una característica muy general que es muy difícil de ser estudiada ya que en ella se condensan todo tipo de signos que se utilicen para comunicar, por consiguiente se debe estudiar desde muchas disciplinas para estudiarlo en profundidad. Es por ello que él se decide a estudiar exclusivamente la lengua, que es esa parte del lenguaje en donde las imágenes mentales (significados) se traducen en significantes (palabras) que pueden ser expresados de manera oral o escrita.
El español castellano es una lengua y como tal puede ser estudiada por la lingüística. Existen diversos abordajes de la lingüística, pero me voy a centrar solamente en tres, la sociolingüística, la sintaxis y la gramática.
Desde la perspectiva sociolingüística hablar de «lenguaje inclusivo» es un error, como señalé anteriormente el lenguaje es una noción muy general, si nos vamos a centrar en un código oral y/o escrito, lo correcto no es hablar de lenguaje sino de lengua. No obstante, la lengua es aquel código que se comparte entre todos los hablantes y, como señalé antes, solo un 8% comparte esta forma de expresión, por lo que hablar de «lengua inclusiva» también es incorrecto.
Lo correcto sería hablar de una forma de expresión determinada que comparte un grupo específico. Estos grupos pueden ser geográficos (dialecto), de una profesión o campo del conocimiento específico (tecnolecto) o socioculturales (sociolecto). Si analizamos ese 8% de personas que utilizan esta forma de hablar encontraremos que son en general jóvenes de clase media que tienen ideologías cercanas al progresismo o al socialismo. Con lo cual podemos concluir que no pertenecen a una región determinada, ni se dedican todos a lo mismo, pero si es verdad que, dichos individuos presentan grande similitudes socioculturales, por lo que en principio, si sería correcto hablar de «sociolecto inclusivo».
Dentro de las formas de «sociolecto inclusivo» existe aquella que se mencionó anteriormente, en la que se expresa (generalmente de manera oral) la palabra en femenino y posteriormente la palabra en masculino o al revés. Un ejemplo sería: Las argentinas y los argentinos comen mucha carne. Pero, también podría ser: Los argentinos y las argentinas comen mucha carne. Lo cierto es que en este caso particular «los argentinos» engloba a todo el conjunto independientemente de su género (según las reglas gramaticales del español castellano). Sin embargo, algunas personas optan por utilizar la forma incorrecta, lo cierto es que esta forma, a pesar de estar normada, se contrapone a una regla sintáctica que es la de economía de la lengua. Que refiere a simplificar lo más posible las oraciones y minimizar el esfuerzo con el fin de transmitir los mensajes con mayor eficiencia. Decir «los argentinos y las argentinas» es redundante puesto que el primer grupo engloba al segundo. Por consecuencia, es una deformación de la lengua y un uso que si bien está más difundido y normado es poco útil.
Utilizar la «x», el «@» o la «e» constituye un error gramatical en los tres casos, los motivos varían en cada caso, pero no deja de ser incorrecto en ninguno de los tres. En primer lugar la gramática del español reconoce solo dos géneros gramaticales y es muy importante tener en cuenta lo siguiente, el género es gramatical, importa poco o nada el género de los individuos porque las palabras no refieren directamente a ellos. Un policía varón es policía, no «policío», una lechuza macho es lechuza, no «lechuzo», una chica de quince años es una adolescente, no una «adolescenta», un guepardo hembra es un guepardo y no una «gueparda» y un ser humano que no se identifica ni como varón ni como mujer es un humano de género fluido, no un «humane no binarie». Podría existir un género neutro en el castellano, existe esa posibilidad y de hecho en el latín existe, pero cuando se formaliza la gramática del español, se eliminó para que el castellano sea más económico.
Por lo pronto, si readoptamos el género neutro, el utilizar la «e» como un sufijo flexivo neutro sería lo más adecuado entre las tres opciones, aunque implicaría modificar la gramática entera y esto acarrearía algunos conflictos, como el que tuvo recientemente Lucas Grimson quién dijo «les pibis» porque la palabra pibes es de género masculino y para que sea de género neutro no se podría utilizar el mismo morfema flexivo. El hecho de utilizar la «i» para remplazar la «e» en las excepciones requiere de un esfuerzo extra que también iría en contra de la economía de la lengua, por lo que si bien termina siendo la opción más viable no deja de ir en contra las normativas gramaticales vigentes.
El caso de la «x» está doblemente mal, no solo porque cae en los mismos errores gramaticales que la versión de la «e» sino porque solo se puede utilizar en el código escrito, más no en el código oral. El castellano es una lengua fonética, lo cual significa que cada grafema (dibujo de letra) se corresponde con uno o varios fonemas (sonido). La «x» corresponde a un solo fonema que no se puede utilizar como vocal, por consiguiente cualquier palabra en la que se remplace una vocal por una «x» será impronunciable. Lucas nunca podría haber dicho «lxs pibxs» y así como no podía él, no puede hacerlo nadie.
Finalmente el «@» presenta el mismo problema que la «x», con el agravante de que no existe ningún fonema para «@» y en consecuencia no se puede utilizar dicho signo para construir morfemas (Unidad más pequeña de la lengua que tiene significado léxico o gramatical y no puede dividirse en unidades significativas menores) porque simplemente carece de significado.
Queda entonces demostrado a través de la lingüística, el por qué cualquier forma de «sociolecto no sexista» es inviable por incurrir en todos los casos, en una violación de las normas gramaticales y/o sintácticas.
Sin embargo no es menor señalar que el castellano no es ni puede ser sexista porque en primer lugar lo refuta la historia. La primera gramática del español fue escrita por Antonio Nebrija y dedicada a la reina Isabel de Castilla en 1492. En ella se establece el uso del masculino genérico en los casos donde la palabra presente una variante masculina y una variante femenina, esto no se hace en función de una conspiración patriarcal y sería muy ridículo imaginar algo así en un mundo donde, la reina a la que iba dedicada dicha gramática era quien había unificado toda España, había enviado las primeras expediciones al nuevo continente y en poco tiempo se convertiría en la emperatriz más rica y poderosa de su tiempo. Se utiliza así no por una cuestión ideológica, sino por una cuestión etimológica y por economía de la lengua, afirmar que existe machismo en un idioma que fue diseñado especialmente para la mujer más poderosa del mundo demuestra ignorancia por parte de quién lo manifiesta y carece de cualquier rigor histórico. Sin embargo, aunque no se hubiese dado este contexto, lo cierto es que las palabras no tienen ideologías, eso es propio de las personas, por lo que de todas maneras seguiría siendo ridículo atribuirle machismo a una lengua.
En conclusión es incorrecto hablar de lenguaje porque no es un lenguaje, sino una parte del mismo, tampoco es correcto hablar de inclusivo porque no existe un género gramatical inclusivo y tampoco sería correcto hablar de sexismo en la lengua, porque el castellano ni es, ni puede ser sexista. En vez de hablar de «lenguaje inclusivo» o de «lenguaje no sexista» sería bueno empezar a llamar a las cosas por su nombre «sociolecto antigramatical».
Fuentes:
Gramática castellana (1492). [Elio] Antonio de Nebrija. Introducción y notas [de] Miguel Ángel Esparza & Ramón Sarmiento
Sassure, Ferdinand. Curso de lingüística general (1915)
One comment
Mucho de lo que acabo de leer denota suma ignorancia por parte del autor. Que aunque habla de capitalismo y anarquía ni si quiera comprende la esencia de los términos. Recomiendo que lea un poco más y se informe antes de decir tantas chorradas que ni me voy a molestar en citar, precisamente pq son muchas.