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100 años de maracuyá («Detective multiversal», 3)

100 años de maracuyá

 

Me crearon para alojar a Dios, para traerlo a este mundo.

Aún tengo los recuerdos del hombre que fui. Las batallas y mi captura.

Luego intentaron borrar mis recuerdos. Como si fuera una máquina. Y nunca lo fui del todo. Porque primero fui hombre y luego vinieron las sustituciones. Los pulmones de membrana, los brazos de metal, los ojos ajenos a parpadeo.

Y en la vigilia eterna me llevaron ante los residuos de Dios, quien era creído extinto, quien miraba a través de todos los ojos y todas las gentes.

Entonces recibí sus recuerdos y muchos más. Porque él no era uno, sino 10. Y muchos más.

 

-Coliseo-

Nos observa Dios, de 6 metros y sin rostro. Ante nosotros monitores, pero también destellos de pensamiento. Él nos habla.

Hoy pelearán los campeones. Y solo los más ricos los veremos en vivo. Los ganadores obtendrán riv para sus sistemas. Y con eso jamás faltará luz ni granos ni comida.

Una luz sol busca al retador.

Dios flota sobre un planeta pequeño. Un anciano se ofrece a pelear. Dios anula la barrera y la atrae hacia él.

Las gentes, en trance, ven todos los ángulos, mientras Dios transmite todo en sus mentes.

El anciano entonces deja su enfermedad y podemos ver su poder. Sus mejores batallas. Sus derrotas. Su vejez. Su mejor versión ha sido restaurada y hoy morirá.

 

-Pelea-

Yo soy ese hombre.

Él divide su fuerza, que es de cien mil veces mil.

Colisión en el cielo. Dentro del domo.

Mi fuerza se eleva. En vibrato. En grito de guerra.

El rasgir de mi voz lo hunde todo.

Mi aliento sumerge la media esfera celeste.

Parece calmado, mientras ve los peces rodearlo. El agua no lo toca. Intenta entrar a mi mente, jugar con mis sentidos. Ya he visto a los otros campeones resistir el sueño de niebla. Divido mi energía. No será fácil. Ahora él atacará.

Su mirada.

Su rostro ausente.

La magnitud de sus puños. Ha dado un golpe y yo igualo su fuerza.

Su velocidad. Manteniendo la distancia.

La ansiedad de su fuerza. Tratando de cegarlo. En tinta de muerte.

Sentimientos punzantes. En la parte vulnerable de la cabeza. Recuerdos ajenos. Son las vivencias de ese Dios. Él me eligió para ver el mundo, para presenciar su historia.

Yo fallo. El espacio se encoge. Cuando él me atrapa en una burbuja. Cuando yo lo atravieso con energía.

Se aleja. Y sus golpes eléctricos lo iluminan todo.

Mi mundo ya no existe. Sus heridas son curadas. El agua se evapora. Porque ahora todo arde.

El pesar de mi cuello, como animal en encierro. Como la batalla que me hizo mortal. Atravesé el velo que separa el universo viejo del nuevo. Y conocí a los sabios, quienes me dieron el poder de transportar vida.

Él no duda. Y aumenta su velocidad. Entonces decido invocar otro de mis mundos.

El que es luz. En el que ni siquiera puede ver con sus ojos. Enfoco la luz hacia él. Y la concentro para destruir su cuerpo.

Yo ardo y decido volver a las aguas. Su cuerpo es el negro absoluto. No tiene el brazo que a mí me falta. Su torso está igual de dañado que el mío. Y su ojo izquierdo también se apaga.

Dicen que el Dios antiguo suplicó morir. Que lo eligió para que lo matara. En el centro, donde el universo infinito oscila.

Él se cura. Y decide terminar el encuentro con una bola inmensa de energía. Yo la resisto, a cambio de todo mi temple. He perdido. Ahora moriré.

Me encierra en la burbuja, esta vez sin resistencia y hace un silencio para escuchar los vítores y celebraciones. Mi vida termina.

 

-Muerte-

Me descubro en lienzo blanco al lado de Dios. Planea absorber mis poderes. Entra en mi mente, pero entonces me reconoce. Yo fui él, hace dos ciclos. Yo fui él cuando el universo era otro, cuando la oscilación aún no había terminado.

Antes de que conociera a los crotoles, los guardianes de los ciclos. Antes de que los asesinara. En el centro del universo, donde vive la energía más pura, donde muere y nace otro universo, vio la oportunidad de ser eterno.

Infectando mentes en el universo nuevo y en el moribundo. Apartando su dimensión del tiempo. Congelando lo que trajo de su realidad, falsa frente a la nuestra. Él es Dios, pero no el Dios que soñó otros mundos. Cuentan los sabios que él selló esta realidad. Y jamás los sueños nos visitaron más. Pero esos sueños son reales y esa gente sigue existiendo de manera cíclica y perpetua hasta que el soñador susurra o mueve un dedo.

Dicen que el Dios anterior fue crotol y que sus recuerdos viven en el nuevo Dios. Dicen que el sueña sus sueños, pero los sueña diferente. Algún día alguien más lo soñará. Cuando decida morir.

Él me llevó a un mundo muerto. Pasamos nebulosa en un planeta sin gravedad. El aire era sepia y pesado, se sentía como piedra suave, pero se veía como gas.

Acá Dios veía los sueños del Dios antiguo, aquí Dios visitaba esos sueños. Para contemplarlos o cambiarlos. Él decidió que yo viva en uno de ellos.

Antes de entrar a ese túnel, Dios me dio un soplo de vida. Entonces mis recuerdos fueron realmente los suyos, y mis anhelos sus miedos. Desde ese momento supe menos y todo se sintió nuevo. Como aquella fruta que vi por primera vez.

“Savant” es lo que entendí. Mi primera palabra. Ante un doctor que traía luz en mis ojos. Revisaba mi lengua y de nuevo mis ojos. Y volvía a preguntar por el conocimiento humano. Y yo le respondía, casi siempre con la verdad.

Tardé en curarme y recordar mi nueva vida. Un hombre inglés, de padres quizás franceses, empobrecidos. No supe por qué franceses. Quizás algo en mi rostro me lo testificó. Frente al espejo que una enfermera me entregó, mientras sonreía y me hacía sentir una excitación que jamás había explorado.

Decidí mi nombre y vagar por la Tierra, respondiendo preguntas que nadie más podía responder. Siendo un detective, el mejor de todos. Baker. Rómulo. No. Humberto Baker.