El clon de Dios / Casi Dios
[Este texto es falso]
Revisaba el periódico del atentado: 1961, en Vitry Le Francoise. Y la réplica: 1962, en Vitry Le Francoise.
Aquel primer tren tuvo gritos y sangre. Y el segundo tuvo un héroe.
Se preguntaba por el hombre que fue, el que se sacrificó. No tenía sus recuerdos, pero sí su rostro.
Ojos profundos frente al espejo. Las cejas pobladas que dejaban algunos pelos hacerse individuos. Los tocaba con los dedos, acomodándolos. Era belfo, de labios gruesos. Era de piel morena, tosca, escamosa. Y, en la foto, usaba bigote. El de la foto tenía 55 y una cara ya algo deformada e hinchada por la edad. Tenía una expresión de loco, de asesino, de ladrón. No de héroe.
Él, alguna vez 57, tenía ahora 21. Era 1985. Él era la réplica de aquel héroe, del llamado “hombre perfecto”.
Mañana sería presentado, como los otros 3, para liderar misiones enfocadas en sus países. Él era la versión francesa. Su misión: resaltar su historia y su lengua. Dejar en claro su superioridad cultural. La versión militar (soviética) era científico. Dos años mayor. Se lo consideraba el primer clon perfecto. Si, lo de “dos años mayor” era propaganda. La versión de los americans salió rebelde. Un teólogo que se supone que esparciría la palabra del dios cristiano. Se hizo científico como Máximus, el soviet. La versión italiana, la más incomprensible, tenía la misión de resguardar la receta original de la pizza italiana.
El día de la presentación un periodista llevó un cuestionario preparado por el gobierno. Las respuestas fueron respondidas. Tal como en el ensayo.
Dejó París y llegó a Lyon 2 días después, donde se había reservado todas las mesas de un restaurante. Las ventanas eran inmensas. Los guardias se sentaron lejos de él. Y esperó que ella saliera a saludarlo.
Antes de dejarlo solo, le dijeron que Luigi (su “hermano”) quería reunirse con él en París. Y que mañana tocaba ir a un colegio y que pasado mañana a un museo.
Ella apareció. Le dio un abrazo efusivo cuando él apenas se estaba parando. Luego dejó de apretar. Era cómo verlo de nuevo. Pero más joven. Era el rostro de su papá.
Se sentaron uno al frente del otro, luego de que ella insistió en sentarse al lado.
[Hallado y traducido]
-He leído sobre usted, señora.
-Tienes sus ojos. Perdona que te abrace así. Disculpa, ¿ya?
-Trate de no hacerlo.
-No me trates de señora. Te llevo solo 12 años.
Él la conocía solo de los periódicos. Ella era una pastelera famosa que trabajaba con su esposo en su restaurante familiar. También ella era la hija de aquel hombre, a quien perdió a los 12 años.
-Tu hermana no vino. Ese hombre tenía dos hijas.
-Ella dice que tú no eres nuestro padre.
-Y tiene razón.
-Tienes… su carita.
-Tu amor hacia él es lo que lo define. Yo solo soy una versión de él, una ucronía.
Él la miró. Le llamó la atención los ojos de la mujer. Tan perfectos. Y vio que ella era realmente befla, sus labios también mostraban una actitud infantil. Sus gestos eran de niña. Y su mirada.
[Completado]
-Lamento lo de su esposa.
-Sí… Gracias.
La mujer intentó cambiar el tema, o profundizar en él. Otras preguntas se anticiparon en su boca.
-¿Sueñas?
La tomó desprevenida.
-¿Usted sueña?
-No me trates de usted. Dime Regine.
-Regine, yo sueño. Tengo conciencia.
-¿Cómo? ¿Cómo puede soñar? Si no tiene alma.
-No creo en el alma.
En ese momento, Regine miró los ojos de su joven “papá”, buscando esa chispa que ella creía ver en las personas. Él la tenía.
-No crea en Dios. Creer en Dios es lo que evita que cierre la herida.
-Papito tampoco creía en Dios.
-Hacía bien.
-¿Entonces sueñas como los demás?
-Seño… Regine, sí, no se aferre. Debe enfrentar la verdad: sus padres ya no están. Y no hay nada de malo con eso.
-¿No?
Regine contiene las lágrimas y hace el gesto con la boca que hacía de niña. Hay silencio. Y anuncian que traerán los postres.
-Ellos fueron felices a tu lado.
-Sí.
-Es natural despedirse de los padres.
-Es que me gustaría decirles tantas cosas.
-¿No se las dijo?
-No. A mamá. Solo a mamá. A papá no.
Él meditó sobre la reunión. Miró el cabello oscuro de Regine, su complexión robusta, pero infantil.
-¿Me las quieres decir?
-Sí, por favor. Déjame decírtelas. Te… Él se perdió muchas cosas. Solo quiero decirlas.
Entonces la conversación se pierde entre dulce brisa, entre postres, entre la Flor de Jamaica y la menta. Entre los primeros años de Regine. Entre una madre ausente que aprendió a dejarse abrazar, entre una hermana que creció en amargura. Entre un esposo que la maltrataba hasta que ella devolvió el golpe, entre un hombre que creció y evolucionó a su lado, entre las hijas que poco supieron del abuelo.
-Solo tuviste 12 años para enseñarme todo. Me enseñaste poco, papá. Pero fuiste un buen padre. Estuviste en todas mis decisiones. Hoy, como dice tu alma, te dejo ir.
Él se conmovió y a la vez sintió que era imposible que aquel hombre haya sacrificado su vida. Era imposible cambiar la vida con sus hijas por unos extraños. Regine estaba más calmada cuando pronunció estas palabras:
-Sé por qué diste tu vida. Nos inculcaste que debíamos hacer algo por nuestros hermanos. Que llegaría el momento. Por eso eras tan dulce.
Él quiso hablarle de una realidad más feliz. Quiso contarle sus sueños. Ella estaba lista para irse.
-Regine, ¿y si te dijera que hay un mundo en el que te acompañó hasta el final?
-No cambiaría nada. No soy esa Regine. Sé que volveré a verlo. Y si no, está bien.
–
-Dices bien. Ya les dije todo lo que tenía que decirles.
-Sí…
-¿Te gustó? La menta.
-A él también, ¿no?
-Sí. Él nos contaba historias…
-Entiendo.
-Puedes contarme tu sueñito. Pero sé breve.
-Así será.
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«Villa Laura (1986)», por Max Aguirre Rodríguez [tercera parte: páginas 140 – 206]
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Podcast escrito (o guion) 1 («Creative Commons», 27/08/2025)
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«Villa Laura (1986)», por Max Aguirre Rodríguez [segunda parte: páginas 88 – 139]
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«Villa Laura (1986)», por Max Aguirre Rodríguez [primera parte – 87 páginas]
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El libro secreto de los peluqueros («Un detective multiversal», 10 -final-)