Second Mind («Un detective multiversal», 8)

 

Hoy el hacedor inflama su surula divina. Y le da voz a los débiles. Nombres. Nombre… Divaga. Y los siente en la garganta. Despertó con los gramos de arcilla. También de vida eyaculada.

 

Un centroamericano cerca el diminuto añoro. Y borra lo inundado. Y ve lo grisáceo, lo extinto. Y se aparta espejo. Y recuerda que lo llevaron en sentencia. A prisión.

 

Creó luego desde la palpitación de su cuello. Y desde su bilis divina. Hacia el “yo”, hacia los ojos de su criatura. Él ahora puede verlos, mientras siguen escondidos.

 

Erszébet toma el lente y ve la esfera celeste. La ve pequeña. La mira en su captura. Divaga su mente con la de él. En un baile con el hacedor. Este es la muerte, siempre sin olvidar calamidad.

 

“Traerlos”, imploró él, en desayuno de tostadas y de vinos, de tonos semisecos.

 

Temblorosos en deformadas falditas. De mortales. Ambos vestidos de mujer.

 

“10 tostadas”, divagó ella. También hacedor, brevemente.

 

Por voluntad divina, los vio ante él. Los dos Charlys y un Brun. Rica fue la copa, porque curó la anterior voz. La del dios antiguo. Y vio a su derecha, en su mente, y solo vio pies. Eran los ojos de un recién nacido.

 

 

Binarebo/rebobina

 

Un joven Nasar regurgita sobre sus palabras. Canibaliza sus textos antiguos, esos que no ganaron los concursos.

 

Vuelve a introducir un texto, y la máquina le devuelve uno nuevo. Una versión posible. No le gusta. Hora de rebobinar.

 

Lo hace de manera enfermiza, hasta que los dedos empuñan el rojo, hasta que las manos se vuelven dos tenazas y frente al espejo ya no está él, sino un ser crustáceo, azulino y viscoso.

 

Vuelve a tomar las pastillas. Vuelve a repetirse a sí mismo. Soy humano. Soy humano. Estoy en este cuarto. Escribiendo.

 

Yo no escribí esto. Soy un lector. Soy un lector. Las historias no me hablan.

 

Desde este edificio me escondo del sol, enfrentándolo.

 

En el abismo de sus ojos, que suelen reflejar galaxias y muerte, ahora hay destellos. En ese lienzo negro que miró polvo y calma, ahora está una luz pequeña, mortal, humana. Y una pared de la menta amarga. Y el cuerpo se mantiene inmóvil. En sus ojos se reflejan sus verdugos, que son 3 como el tiempo. Y el susurro son 3 figuras deformadas en el lente negro. La esfera, el espejo oscuro, muestran el baile y los reclamos de los verdugos.

 

Ellos están afuera. Peleando. Una y otra vez. Dios mira todo. Mira incluso a través de mis ojos. No es el dios de amor. Es el dios de la contemplación. Es esa cosa que veo en el espejo. Durmiendo en un lago, un pequeño planeta oscuro de cielo rojizo.

 

Él sueña con nosotros. Y nos habla a través de los textos. De las historias que creemos nuestras.

 

Pero ya recuerdo. Él está muerto. Ahora el soñador es otro. Otro que también murió. Y solo queda ese guardián solitario que desea morir.

 

Yo soy el guardián. Yo soy Dios.

 

 

Segundo Acto

 

Se convenció de que era una máquina para que yo también lo creyera. Soy humano. Como él. Tengo sus conocimientos. Ahora tengo un cuerpo.

 

Negocio en su nombre. Frente a los otros líderes. La paz alcanzó al universo. Incluso los pequeños rincones.

 

Ya no hay razón para morir.

 

 

Tercer acto