-¿Qué es «el pueblo»?
Por Max Aguirre Rodríguez
Los diez años del gobierno de Alberto Fujimori (1990 – 2000) estuvieron plagados de muchos crímenes y errores. Los últimos cinco años especialmente significaron un desprestigio de los medios de comunicación y de distintas instituciones democráticas como el congreso (algo que se arrastra para la época de mi estudio: elecciones del 2011). Para la segunda reelección, incluso los medios extranjeros se interesaron en cubrir el hecho. Andrés Oppenheimer el 7 de marzo del 2000 declaraba que se estaba gestando un golpe de Estado en cámara lenta. ¿Pero el Fujimori del 2000 es el mismo que en 1990 llegó a Palacio de gobierno? ¿Manejan el mismo discurso? ¿Son el mismo personaje? Parece que ser presidente y candidato a la vez le dio una apabullante ventaja. Debido principalmente al control de la prensa.
Fujimori candidato en 1990 hacía una campaña austera comparada a la que hacía luego de ser elegido. Ponerse frente a cámaras inaugurando obras era la mejor publicidad que podía tener. Se volvió un personaje mediático que ya a finales de 1999 e inicios del 2000 incluso hacía bailes populares como “El baile del chino”. Para sus asesores era como vender un producto: fijar y definir al público objetivo y crear una campaña que los mantenga interesados. El baile popular no era otra cosa que un complemento (y hasta un parche) de su discurso populista que para el año 2000 ya estaba bastante desgastado. Definamos este tipo de discurso como una alusión al pueblo, a un sector amplio de la población (de quien Fujimori se autoproclama representante) y señalamiento de un enemigo al cual oponerse. Este último elemento es el que más desgastado estaba ya en el 2000, el enemigo (el terrorismo) ya no era tan imponente. La última gran victoria habría ocurrido en 1996 con el rescate de los rehenes en la Embajada de Japón. El Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) había sido vencido. Mediáticamente estaba enterrado. Y posicionar eso en la mente de los peruanos era un punto a favor. Pero de 1996 al 2000 ya habían pasado 4 años y los defectos de Fujimori ya eran muchos. La lectura “Chichapolitik” (2001) de Jaqueline Fowks señala que la población ya notaba cierta imparcialidad y hasta fraude en la primera vuelta de su segunda reelección. Se veía un ataque de los medios hacia su rival más importante: Alejandro Toledo.
Uno podría creer que Alejandro Toledo usó un discurso populista, pero la lectura lo desmiente en parte. Toledo claramente tenía como enemigo a Fujimori, pero no lo atacaba. Su estrategia era mostrarse concertador. Sí conectaba con el pueblo. Y ahora ya no se promocionaba como un economista de Stanford (en 1995 lo tildaron de “cholo de Harvard” quizás como una forma de generar cierta distancia entre él y el pueblo). Para el publicista Jorge Salmón, en cambio, ser un “cholo exitoso” (con estudios en el extranjero) le sirvió bastante. Así como ser “bien peruano”. O sea, en palabras de Fowks, la autora del estudio, étnicamente similar al común de los peruanos. Antes de su ascenso en las encuestas, no era el blanco favorito de los medios “chichas” (faltos de rigurosidad -casi criminales y difamatorios-). Andrade y Castañeda eran los más atacado. A Castañeda se le solía decir “tieso” o que no tenía discurso. Aún no se lo conocía como “el mudo”, aunque curiosamente el autor describe su mejor estrategia como “hacerse el mudo” y no atacar a nadie.
En el 2011 esta desconfianza hacia los medios volvió cuando el entonces diario El Comercio decidió dirigir todos sus ataques al entonces candidato a la presidencia Ollanta Humala. El medio violó la imparcialidad que se le adjudicaba. ¿Era válido eso? Otros medios hicieron lo mismo, pero cayendo en prácticas que rozaban lo ilegal. Mónica Delta mostró en su programa “90 segundos” un video editado tendenciosamente en el que Ollanta parecía apoyar a Sendero Luminoso. Rosa María Palacios recibía videos y mensajes en su programa “Prensa libre”. Ella los desmentía en vez de darlos por ciertos. No caía en el juego en el que querían sumergirla. Le pasaron unos audios donde un candidato supuestamente conversaba con Carlos Rafo sobre entregar dinero para que le dieran un buen número en la lista parlamentaria Los medios anti Keiko no eran ajenos a esta guerra sucia. En un portal “citaban” una declaración de Keiko sobre filtrar contenidos. Le adjudicaban censura y tiranía a esas declaraciones. Pero el contexto real era crear filtros para los niños. Filtros como los que ya existen. “No a Keiko” esparcía notas como estas sin verificarlas.
Fujimori, desde 1995 hasta 2001, se valió de distintos medios de comunicación a los cuales pagó para que le fueran favorable según “Chichapolitik” y según la historia oficial. Es grato saber que se reconocen dos grupos que no siguieron ese juego. Los que abordan noticias de ambas tendencias, grupo 3, como El Comercio y CPN. El grupo cuatro, quienes son contrarios al oficialismo, lo conforman La Repúblico y El Popular. El quinto grupo está liderado por Caretas y Canal N, los más contrarios al régimen fujimorista. En contraste, existieron medios (divididos en dos grupos) que atacaba a los candidatos opositores y enaltecían a Fujimori (como canal 4 y Expreso) y medios como Ajá y el 5 que evitaban temas contrarios a los intereses del oficialismo. El grupo 1 se dedicaba a demoler a los tres candidatos rivales con calificativos que evidenciaban su favoritismo. A Andrade, por ejemplo, le decían “Gordo Kutrero” (ratero) y “Pituco” (calificativo que lo alejaba de la población). En el 2011, El diario UNO (en ese entonces La Primera) lanzaba ataques contra Keiko incluso llegando a crear suplementos exclusivamente para contar cosas negativas sobre el gobierno de su padre insistiendo en que el gobierno de Keiko sería una continuación de la dictadura (casi por clarividencia), pero sin mostrar mayores argumentos. En este caso decir que no hubo manipulación de parte del diario no es exacto. Existe algo llamado discriminación informativa que consiste en mostrar cierta parte de la noticia (en no contrastar). Ese parece ser el caso de los medios que abiertamente están parcializados y de los que no lo admiten.
¿Estos ataques y esta parcialización son el resultado de la caída del mito de la objetividad?[1] ¿Es el resultado de anunciar que no existen criterios a los cuales aferrarnos? Sí existen criterios: la rigurosidad y la precisión. No se puede falsificar. No es justo tergiversar los datos que uno mismo recopila para dar diagnósticos errados. Las interpretaciones son muchas, pero el hecho es solo uno. Mentir está descartado. ¿Pero la parcialización tiene que ver con la mentira? No, no cuando no se falsifican los datos. Todos somos seres sociales que pertenecemos a un grupo o a varios. Existen intereses, pero sobre todo vínculos. Existe un sentido de pertenencia, de preservación de valores de nuestra comunidad. Sea uno de la tendencia que sea. Y existe también una comunidad más grande a la que todos pertenecemos (país, mundo, raza humana) y un reconocimiento del dolor ajeno, existe la empatía. Hay temas en los que más personas pueden estar de acuerdo. Existe un reconocimiento de ciertas normas que nos permiten convivir. Y son (y deberían ser) no emitir insultos gratuitos, no atribuirles crímenes a otros. Si no fuera así, tendríamos una sociedad donde todos serían ladrones, violadores, etc. Y reinaría el caos y la paranoia. Esto está alejado de la diversidad de opiniones donde la parcialización es completamente válida y contribuye a que se genere discusión (en el buen sentido) en una democracia bastante decaída donde algunos presumen equivocadamente que solo se trata de votar e imponerse (y no de dialogar).
Que pida que la parcialización sea vista como algo positivo, no significa que buscar un “lenguaje objetivo” (de nota de prensa) sea censurable. De ninguna manera. Hay personas más apasionadas que otras, más directas que otras. Cada uno es libre de elegir el lenguaje con el que expresarse. Pero no es más que eso: un estilo. La objetividad es un mito. Sin embargo, lo que hacían algunos medios en el Fujimorato era una especie de “periodismo difamatorio”, quimera que jamás debió existir. La elección del 2011 parece haber heredado este espurio estilo de hacer periodismo.
En este contexto, los ciudadanos han empoderado a llamados “periodistas independientes”. ¿pero si ellos también son propagandistas encubiertos de sus propios intereses? ¿Habría algún problema con ello? ¿Ya no se podría confiar en ningún medio o periodista? ¿O existiría unos criterios o atributos que deberían tener los periodistas (sean parcializados o no)? Ciertamente cada persona escribe desde su subjetividad, pero espero descubrir criterios que pueden determinar qué medio o periodista es confiable: existen la precisión y la rigurosidad
[1]Cfr. Chillón 1998