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¡Muere, puta de mierda!
Anónima, 57.
¡¡Ffff aa!! Toca la correa mi cuerpo lacerando la piel que abrazan mis hijos.
Siento sus nudillos, sus huesos, como estigmas. Como marcas ardientes.
Y mi cuerpo palpita, mientras su voz llueve bilis y odio, mientras yo me mantengo a oscuras derrotada cara al piso, mientras mis manos buscan mantenerse firmes, mientras él aplasta mi cuerpo. No. Me obliga a verlo. Él lo disfruta. Y sus manos aprietan mis huesos. Los de los hombros, los de mi cuello. «Muere, puta de mierda». No. Grito. Lo empujo con la fuerza de madre y voy hacia la puerta de madera. Me agarra del brazo. Y le pido disculpas.
Los ataques se repiten cuando su comida está fría, cuando llega en la noche a las 10 y no a las 9. Cuando me ve hablar con quien me vende la leche para los niños, el pan para todos y los caramelos redondos.
Y siempre pienso en mi infancia. Y no grito. Por respeto a mis hijos.
Juego con ellos y a veces me ven triste. Les digo que jueguen, que coman los caramelos, que suban a sus triciclos, que lancen sus trompos y usen las piedras como canicas.
Les pido que me abracen. Cuando solo quieren jugar.
Los vecinos empiezan a preguntar. Porque mi cara lo delata. Las mujeres me dan consejos del hogar y algún hombre se ofrece a hacerle frente.
Un día vuelvo a casa y encuentro a mi hermano. Se despide. Me dice que jamás volveré a ser molestada.
Verónica, 25 años.
Estaba segura de verlo cada vez que iba de compras. A lo lejos. En su carro o en algún taxi. Era él. Quien nunca me había golpeado, pero quien más daño me había hecho.
Me controlaba dulcemente. Era mayor que yo. Me decía que estaba mal exponerme tanto, que no era buena idea salir a fiestas, con mis amigos. Que me quería por lo recatada que soy. Y juro que lo quería, amaba que se preocupara por mí. Aún pienso en él y me odio por eso.
Un día lo dejé. Tenía miedo. Sentía que no podía vivir, que no podía… hacer las cosas que hacen las chicas de mi edad. Y… y terminé con él. Aceptó eso. O eso dijo. Me mintió.
No paraba de seguirme. Me escribía y lo bloqueaba de todo sitio, de todos lados. Entonces empecé a verlo cerca donde frecuentaba. Incluso una vez lo vi en el trabajo, pidiendo un café y un pan. Un pan con jamón. Jamonada.
Lo miré mal y dejó de ir. Y luego lo vi en el supermercado. Revisando yogurts. Y hacía como que no me veía. Y aún lo hace. Porque lo sigo viendo. Y pienso que quizás es casualidad. Pero no. Él está ahí. No habla, ya no me escribe, pero espera que lo mire, que le hable.
No, no le aclaré la situación. Pero luego de dos años todo está claro. ¿No? Todo está claro para mí.
Sí.
Sí.
Gracias. Y entiendo que lo mío. Entiendo que no he vivido lo de. Entiendo que hay casos más fuertes.
Sí. Yo la invito a hablar. A… decir su nombre.
Charlize, 42
Maia. Ese es su nombre, ¿cierto? Ha tenido 4 parejas sexuales en toda su vida. Verónica solo tuvo una relación y media. Recomiendo hablar con ese muchacho. Puede ser mediante un abogado. O quizás no.
Sí, pero que cierre eso, ¿no?, doctora.
Sí, cada uno procesa todo. De una forma.
Está bien.
Sí. Hablaré de mi caso. Soy abogada.
Soy abogada y detective. Confié en un hombre. Me llamo. Me llamo Charlize. Sí. Tengo 42 años. Sí, me gusta vestirme así (risa). (Risas). Mmm…
Mmm… Sé que ustedes lo sienten también. Cuando sentimos que alguien más capturó nuestro nombre. Cuando lo repite por tantas veces, en tantas formas. Con poco o mucho volumen. Con gestos o sin ellos.
Sé que ustedes entienden. Y lo sienten también. Dejar de ser Maia. O Beatriz. Dejar de ser Carla. Dejar de ser Luz.
¡Sé que ustedes lo lloran! Y lo sienten. Y lo sufren. Y lo lloran. ¡Se qué ustedes lo entienden! Cuando los destellos de la infancia se mezclan con los hijos futuros. O presentes. Cuando el abrazo de madre es ahora abrazo de hija.
Y cuando todo eso se rompe.
¡Sé que ustedes olvidan! Por amor. Por odio al odio. Como caricia cesa. Como sentirse a gusto. En sus brazos. Como manos con ramo. Como mano de flores. Como halago estoico y medido, de contención calculada, como poema de Bequer. De Mayer. Como sonrisa de niño, de brazos bruñidos, de PC antigua, de XP.
¡Él los estafooó!. Pero me mintió solo a mí. En su com. Putadora. De todo color. De calcomanías. De todo mi amor.
Vació toda cuenta. Y mi corazón. ¡Él los estafooó! Y yo lo perdoné.
Sí, doctora, yo lo perdoné.
(¿Y lo perdonaste?)
Sí, mi doctora. Sí, así es. ¡Yo lo perdoneeé!
((¿Lo perdonaste?))Sí, hermanas. ¡Yo lo perdoneeé!
(Es lo mejor)
((Sí/yo no/Sí, hay que perdonar/Bueno))
¡Lo perdoneeé! Pero murió para mí. Marcha su cadáver a la cárcel de ruido. A la sentencia de olvido. A la guillotina social. De sus brazos bruñidos. Al escupitajo maestro. De nuestra Justicia.
(¡Lo perdonaaastee!)
((Lo perdonó/lo perdonó/Sí/Bueno))
Y esa es mi historia. Soy la ex pareja del estafador. El del banco. Él se llevó el dinero. De pobres y ricos. Y lo quemó.
Salón, casi 50 años.
Es 2002. Soy pastiche de muros relamidos. De crayolas antiguas, de sudor comunista y de gritos consignos.
Soy también resguardo de mujeres. Rotas y recompuestas, remachadas con confesiones, cafés y miradas. De caminadas pesadas o como en puente colgante.
Todas ellas atraviesan esa puerta. Como velo hacia a sultán. Y ella, mi hija, las recibe. Su nombre es Cecilia.Le dicen doctora. ¡Le dicen doctoooooraa!
Perdón. Cecilia es psicóloga. Y nunca envejece. No es de este mundo.
Yo era moho y cucarachas. Polvo y suciedad. Porquería y mugre.
Basura y mugre era yo. Atención. Guarden silencio.
Empieza la escena.
Escena
Chaarly. Charly59 está aquí. Lo delatan los dientes carmesí. Las encías ferales. Los ojos de lo negro. El cabello grasiento. Y la cara de sombra.
De sombra y rubor. De maquillaje y peluca.
“No eres una buena detective. Debiste saber lo de tu es. Tu pareja”. Charly toma café y remoja su galleta ante el asco de Charlize. Y luego chupa la baba de sodio. Y parece dar un beso al terminar.
“Eres un farsante. Y no lo digo por la peluca. Te gusta usarla. ¿No? Sí. No eres de acá. No eres. Espera”. Charlize indaga y dice su veredicto: “Eres con quien sueño”. “No, preciosa, tú eres mi sueño. Y sabes a qué vengo”.
“No conozco su paradero”. “Ella sí”. “¿Cecilia?”. “Bien, si eres una Charly”. Maia espera su turno para hablar.
Las miradas lo confirman y esa mirada amalgama mira la mirada de Maia. Y es fusión. La ayuda vendrá. Con pistola del macho y papeles justicieros de la hembra.
Cecilia está ante ellos.
Charly conoce su otro nombre, de quien lo envió. Él la conoce.
-Te conozco, I Isabel-*¿Me conoces en n verdad?*
-¿Qué pasa? ¿Por qué alaaargo la vocal? ¿Qué paaasaa? ¿Por qué me pongo a caaantaar? ¡¿Es un hechizo universal?! ¡¿Es un maldito musical?!-
¿Quién es?-Soy yo-¿Qué vienes a buscar?-A él-Ya es tarde-¿Por qué?-Porque ahora es él……el que puede estar sin tiPor eso vete,olvida su nombre,su cara,su casaY pega la vuelta
-¡Jamás lo pude comprender!-Vete,olvida sus ojos,sus manos,sus labiosQue no te desean
-Estás mintiendo ya lo sé-Vete,olvida que existe,que me conociste,Y no te sorprendas,olvida de todoque túpara esoTienes experiencia