Quijote (1937) (“Relatos”, 28/03/2022)

-Este relato será parte de “Un mensaje de otro tiempo”.

 

Quijote (1937)

(Versión PDF)

Por Max Aguirre Rodríguez

 

 

 

Prólogo del director Miguel de Unamuno:

 

Se lo dije con fiereza una vez, una vez mortal, al general Millán Astray. Y, como es natural, no puedo repetirlo. Ya no hace falta. Ya no es una España mutilada, ya no es una España en guerra consigo misma.

 

Hoy, estudiantes y colegas y superiores, honramos a un inválido de guerra… un inválido de guerra universal y, si me aceptan la emoción, un inválido de guerra infinito.

 

Hoy honramos a Cervantes de la mejor manera: escuchando sus palabras. Y sé que algunos se han atrevido a negarle su genio. Debo incluirme. ¿Y qué si no lo fue? Si no lo fue, no lo necesitó. A veces, queridos hermanos, no hace falta. Basta con inspirar a una persona para cambiar el mundo.

 

Hoy honramos a Miguel de Cervantes, hermano de nombre, hermano de España.

 

 

Actor dramático:

 

Es un buen discurso para el ensayo. ¿Será así de magnánimo?, maestro. Que nos lo digan los pocos presentes. Cuento a siete personas.

 

Director Unamuno:

 

Yo cuento a ocho. Solo espero que no me llames orador, estas palabras viven.

La palabra es lo vivo. En el principio fue el verbo y en el fin será el verbo también. Cristo, el Cristo, armador de casas, no dejó nada escrito: toda su obra fue de palabra.

 

Actor cómico:

 

Pero el Cristo ya no vive y de él solo conocemos su testamento.

 

Director Unamuno:

 

¡Blasfemo! Sus palabras, son de vida, no de muerte. Sus palabras son promesa y realidad. Sus palabras viven.

 

Actor dramático:

 

No haga caso, maestro. Es su trabajo importunarnos.

 

Director Unamuno:

 

Haces bien en recordármelo. Ahora me dirijo a los presentes. Nos pondremos todos en posición. Yo narraré lo que deba ser narrado. El resto será mérito de los actores, de la musicalidad de sus palabras… de la musicalidad de Cervantes.

 

Hemos preparado algo nuevo. Ayer improvisamos una historia nueva, que no pretendo equiparar al Quijote mas sí homenajear.

 

 

 

 

Inicio

 

Paseándose dos caballeros estudiantes… por las riberas de Tormes, hallaron en ellas, debajo de un árbol durmiente, a un muchacho de hasta edad de once años.

Mandaron a un criado que le despertase; despertó y preguntáronle de adónde era y qué hacía en agitada soledad. A lo cual el muchacho respondió que el nombre de su tierra se le había olvidado, y que iba a la ciudad de Salamanca a buscar un amo a quien servir, por sólo que le diese estudio. Preguntáronle si sabía leer; respondió que sí, y escribir también.

 

-Desa manera -dijo uno de los caballeros-, no es por falta de memoria habérsete olvidado el nombre de tu patria.

 

-Sea por lo que fuere –respondió el muchacho en el escenario, con voz tímida-; que ni el della ni del de mis padres sabrá ninguno hasta que yo pueda honrarlos a ellos y a ella.

 

-Pues, ¿de qué suerte los piensas honrar?

 

-Con mis estudios, siendo famoso por ellos, llevando las palabras a los hambrientos, como el Cristo.

 

-¿La Palabra o las palabras?

 

-Ansí es.

 

Esta respuesta movió a los dos caballeros a que le recibiesen y llevasen consigo, como lo hicieron, dándole estudio de la manera que se usa dar en aquella universidad a los criados que sirven. Dijo el muchacho que se llamaba Quijote, de donde infirieron sus amos, por el nombre y por el vestido, que debía de ser hijo de algún escritor en decadencia. A pocos días le vistieron de negro, y a pocas semanas dio Quijote muestras de tener raro ingenio, sirviendo a sus amos con tanta fidelidad, puntualidad y diligencia que parecía que sólo se ocupaba en servirlos. Y, como el buen servir del siervo mueve la voluntad del señor a tratarle bien, ya Quijote no era criado de sus amos, sino su compañero.

 

Finalmente, en ocho años que estuvo con ellos, se hizo tan famoso en la universidad, por su buen ingenio y notable habilidad, que de todo género de gentes era estimado y querido. Su principal estudio fue de leyes; pero en lo que más se mostraba era en letras humanas; y tenía tan felice memoria que era cosa de espanto, e ilustrábala tanto con su buen entendimiento, que no era menos famoso por él que por ella.

 

Sucedió que se llegó el tiempo que sus amos acabaron sus estudios y se fueron a su lugar, que era una de las mejores ciudades de la Andalucía. Lleváronse consigo a Quijote, y estuvo con ellos algunos días; pero, como le fatigasen los deseos de volver a sus estudios y a Salamanca (que enhechiza la voluntad de volver a ella), pidió a sus amos licencia para volverse. Ellos, corteses y liberales, se la dieron, acomodándole de suerte que con lo que le dieron se pudiera sustentar tres años.

 

El calor del viaje lo atacó y lo sacó de sus sueños tantas veces como las estrellas. Su caballo parecía hacer mofa dél. El relincho era risa. Sobre su enjuto rosto, sobre su delgadez, sobre su mirada vacía. El Quijote dormía. O lo intentaba, con sus pocas fuerzas.

 

En el camino ya alumbrado por el sol, angustioso y agitado, decidió descansar. La fiebre parecía un eco de la muerte. No se topó con un gentilhombre a caballo, ni con sus dos criados. Recostado en un muro, tumbado vio a dos perros. Uno alguna vez blanco y otro del color del desierto.

 

 

Cipión:   Benji amigo, retirémonos a esta soledad y entre estas esteras, donde podremos gozar sin ser sentidos que el sol en un mismo punto a los dos nos ha hecho.

 

Benjamín:  Cipión hermano, óyote hablar y sé que te hablo, y no puedo creerlo, por parecerme que el hablar nosotros pasa de los términos de naturaleza.

 

Cipión:   Así es la verdad, Benjamín; y viene a ser mayor este milagro en que no solamente hablamos, sino en que hablamos con discurso, como si fuéramos capaces de razón, estando tan sin ella que la diferencia que hay del animal bruto al hombre es ser el hombre animal racional, y el bruto, irracional.

 

Benjamín:  Todo lo que dices, Cipión, entiendo, y el decirlo tú y entenderlo yo me causa nueva admiración y nueva maravilla. Y es verdad también que he escuchado prerrogativas de que tenemos un no sé qué capaz de discurso.

 

Cipión:   Lo que yo he oído alabar y encarecer es nuestra fidelidad; tanto, que nos suelen pintar por símbolo del amor eterno e inviolable.

 

Benjamín:   Bien sé que ha habido perros tan agradecidos que se han arrojado con los cuerpos difuntos de sus amos en la misma sepultura.

 

Cipión:    Perros no muy listos, Benjamín.

 

Benjamín:   Otros han estado sobre las sepulturas donde estaban enterrados sus señores sin apartarse dellas, sin comer, hasta que se les acababa la vida. Sé también que, después del elefante, el perro tiene el primer lugar de parecer que tiene entendimiento; luego, el caballo, y el último, la jimia.

 

Cipión:   Ansí es, pero bien confesarás que ni has visto ni oído decir jamás que haya hablado ningún elefante, perro o caballo; por donde me doy a entender que este nuestro hablar tan de improviso cae debajo del número de aquellas cosas que llaman portentos, las cuales, cuando se muestran y parecen, tiene averiguado la experiencia que alguna calamidad grande amenaza a las gentes.

 

Benjamín:   Desa manera, no haré yo mucho en tener por señal portentosa lo que oí decir los días pasados a un estudiante.

 

Cipión:  ¿Qué le oíste decir?

 

Benjamín:   Que de cinco mil estudiantes que cursaban aquel año en la Universidad, los dos mil oían Medicina.

 

Cipión:   Pues, ¿qué vienes a inferir deso?

 

Benjamín:   Infiero, o que estos dos mil médicos han de tener enfermos que curar (que sería harta plaga y mala ventura), o ellos se han de morir de hambre.

 

Cipión:   Pero, sea lo que fuere, nosotros hablamos, sea portento o no; que lo que el cielo tiene ordenado que suceda, no hay diligencia ni sabiduría humana que lo pueda prevenir. Hablemos todo el día, sin dar lugar al sueño que nos impida este gusto, de mí por largos tiempos deseado.

 

Benjamín:   Y aun de mí, que desde que tuve fuerzas para roer un hueso tuve deseo de hablar, para decir cosas que depositaba en la memoria; y allí, de antiguas y muchas, o se enmohecían o se me olvidaban.

 

Cipión:   Sea ésta la manera, Benjamín amigo: que esta noche me cuentes tu vida y los trances por donde has venido al punto en que ahora te hallas, y si mañana en la noche estuviéremos con habla, yo te contaré la mía.

 

Benjamín   Siempre, Cipión, te he tenido por discreto y por amigo; y ahora más que nunca, pues como amigo quieres decirme tus sucesos y saber los míos, y como discreto has repartido el tiempo donde podamos manifestallos. Pero advierte primero si nos oye alguno.

 

Cipión:   Ninguno, a lo que creo, puesto que aquí hay un hombre de sudores; pero en esta sazón más estará para dormir que para ponerse a escuchar a nadie.

 

Benjamín:   Parece que el soplido de la vida vuelve a él. Resguardemos nuestras palabras, Cipión amigo.

 

 

Y al abrir del todo los ojos, ya no en el teatro, sino frente a los perros, intenté hablarles, pero huyeron de mí cual portador de plaga. Y recordé la enfermedad en las aguas hasta que mis ojos…

 

 

Cipión:   Benji, vuelve. ¿Lo reconoces? Ven, Benjamín.

 

Benjamín:   ¿Quién es?, Cipión amigo.

 

Cipión:   Es un escritor, como el Cervantes.

 

 

Benjamín:    Escritor, ¿escucha mi discurso? Salve mis memorias y las de mi hermano.

 

Quijote:    Hablas y no es sorpresa. No te preocupes, criatura, grita tu nombre y el de él. Mi pluma será tu voz y mi lienzo será mi memoria…

 

Benjamín:   Se durmió, Cipión, creo que el escritor se durmió. ¿Y mi historia?

 

Cipión:   Grita, Benji, él podrá oírte. Grita y, si no su mente, si no su intelecto, podrá recordarlo como quien recuerda el olor de la primera comida.

 

Benjamín:   ¡Escritor! ¡Mi hermano es Cipión! ¡Y yo soy Benji! ¡Benjiii!

 

 

Esta es ensoñación angelical. Es la paz previa al infinito. Cuando hablé de “ella” frente a los soldados, no me refería a mi tierra, pero sí a la mujer que me espera. Aquella que en mi mente sigue tan joven como hace 3 años. Ella es mi casa, mi ciudad. Ella es mi España.

 

La veo y por fin ella puede verme. Ahora recuerdo este sentimiento. Recuerdo que nos juramos amor y compromiso frente a este árbol testigo de la guerra. Era otra época. Otro país. Otro mundo. Por fin veo más allá de sus hermosos ojos; veo su nariz tímida, veo su sonrisa pensativa, veo un mundo, tus labios.