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El justiciero carmesí («Relatos», 23/12/2021)

“Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad”.
(Ezequiel 28:15)

 

 

Capítulo 1: ¿quién vigilará a los vigilantes?

 

Todos los que saben mi nombre, no me conocen realmente. Podría decir que soy Charly, autista funcional, putero y, desde el 2013, detective privado. Pero eso sería mentir. Y mi ideología liberal me impide hacerlo, al menos conmigo mismo. Tengo dos pasatiempos y los ejecuto con pasión: perseguir mujeres por las calles y preguntarles si cobran o no. Cuando mi interrogante es saciada positivamente, pacto una cita privada, tengo sexo bajo unos lineamientos precisos y publico un rating en la página “Hermanos de leche”. Soy “Mefistosinjebe” para toda la comunidad putañera de Lima. En “Perutops” soy “Kamikaze69”.

 

¿Entonces dónde estoy ahora? La última persona que me contactó me pidió seguir a un tal Alex Aguilar. Estoy en una iglesia, cinco sillas lejos de él. Todos están orando con los ojos cerrados, con la cabeza sumisa, en la completa oscuridad. Yo no puedo cerrar los ojos. A mi lado derecho está una guapa señorita de 18 años, copa A, cabello rubio oscuro, senos pequeños y seguramente rosados. La señora de mi izquierda, con anillo de casada, cabello castaño claro, copa C, está con una camisa que pretende ser recatada. No tiene muchas arrugas cerca a la boca. Raro en una mujer de casi 40 años. Ha tenido una vida poco feliz y nunca ha chupado un pene.

 

 

Domingo 26 de octubre del 2014

 

Otra vez en La Molina, en la misma iglesia. En la misma platea, en el mismo asiento. Estoy calmado, resolver crímenes es la única verdadera diversión que tengo. Me gusta exagerar lo raro que soy, me alegra (pero no tanto). Esta vez decidí quedarme sentado luego del discurso del pastor, un hombre octogenario que ve con felicidad su deceso. Se siente más cerca a Dios. Bien por él, ¿no? Ojalá yo pudiera ignorar que nada existe más allá de lo que podamos razonar. Todo lo que está fuera de nuestro alcance ni siquiera vale la pena ser mencionado. Es información inútil (como mucho de la literatura). Nunca entendí cómo podía ser más llamativo un libro sobre mundos mágicos que un libro sobre nuestro propio mundo. La crueldad humana no es un misterio, pero sigue generando buenos relatos, relatos que le competen a la psicología y a la sociología. Cada crimen cuenta una historia. No hay nada más interesante y estremecedor que la realidad.

 

Esta iglesia evangélica le entregó a la criminología (y al periodismo) una historia mejor que la de Caín y Abel. Dos miembros de la iglesia, casi como hermanos, lucharon por la aprobación de una señorita. Bueno, ya se sabe que esa historia es de celos. Un crimen pasional. Pero eso es como un comodín cuando los criminólogos no son tan astutos para encontrar la verdadera causa. “Asesinó por amor, por celos, o porque estaba loco” es la conclusión floja. Sí, la locura es el otro comodín. Por eso la historia de la Biblia es una mierda, parece el informe de un agente incapaz. Un detective que decide mejor decir que dos hermanos pelearon por la aprobación invisible de un ser divino. Y no, por ejemplo, del agrado de su padre. O que discutieron sobre quién iba a heredar las tierras de la familia. ¿Eso tiene más sentido, no? Hace un año, pero en el 2013, desapareció René Mayte. Y todos en la iglesia lloraron por encontrarlo. Se hicieron vigilias televisadas, a las que el astuto asesino acudió para no levantar sospechas. Pasaron 10 días, pudieron ser más si yo no intervenía, hasta que por fin hallaron al culpable: su mejor amigo, su casi hermano, Gerald, un joven pudiente de familia respetada en la comunidad, un hombre que le susurraba a la madre del fallecido que pronto encontrarían a su hijo. Y sí, lo encontraron. Enterrado en una propiedad de los padres de Gerald. Así que el asesino al menos no le mintió a la madre de su mejor amigo.

 

Cuando acudieron a mí con la conclusión de que era un crimen pasional, me molesté primero. Pero luego me di cuenta de que en este caso sí podía ser. Pero los dos muchachos no pelearon por la chica. ¿De verdad Gerald mató a su amigo por celos? No, es estúpido. El contexto es la clave. Ambos eran cristianos, pero Gerald era alguien más integrado. Tenía un lugar de privilegio. Tenía el cariño y el respeto de la gente. Entonces no le convenía que René, su mejor amigo y amante, revelara su relación homosexual. Yo recomendé que se consignara a la homosexualidad como razón del crimen, pero no me hicieron caso. Encontraron otra terminología. Y para le prensa fue simplemente Caín y no un Caín maricón.

 

El caso de “el justiciero carmesí” es entretenido únicamente porque aparentemente no hay rastros del victimario y sus ataques parecen aleatorios. Siempre es bueno dejar actuar al asesino hasta que revele un patrón. Solo se han encontrado cuerpos carbonizados de 4 personas hasta ahora. Alexander Herrera fue el primero. Este hijo de puta era un fascista y creo que merecía morir. Alguien que cree en la violencia es un peligro. Cuando un terrorista logra justificar sus actos, sus seguidores ya no sienten que son criminales. La impunidad se esparce como un virus. Hasta que doblega a la ley misma y se convierte en la nueva “justicia”. Qué fea mierda. Como liberal, defiendo la libertad y la vida. El fascista merecía morir, pero nadie puede matarlo. Nadie está por encima de la ley.

 

El 12 de octubre Alex Aguilar estuvo discutiendo con Herrera (le decían el general Alexander Herrera). Hablaron de hacer unas pintas para sugerir el retorno de Sendero Luminoso y hacer que el partido fascista gane importancia, que se conviertan en los vigilantes y protectores de la ciudad. Siete días después, Herrera fue encontrado carbonizado, como en los casos de combustión espontánea. Pero él estaba en un lugar apartado donde ninguna llama podía “accidentalmente” alcanzarlo. Pero tampoco había rastros de algún acompañante. Solo sus cigarrillos y el encendedor. En el segundo caso, la víctima también era un fumador que se había movilizado lejos de la zona que solía frecuentar. Pero en los dos últimos casos el protagonista no era un fumador. Las dos primeras víctimas eran miembros del partido fascista. Y las dos últimas habían sido redactores en la revista semanal en la que trabajaba Alex Aguilar. Por eso la prensa lo bautizó como “el asesino carmesí”, el rojo definitivo. Algo así. Alex Aguilar, mediante unos de mis blogs, me pidió investigar a Miguel Ricardo Helguera, el ahora único líder de los fascistas. Su pago era el ideal (no me gusta el dinero, pero me gusta comer -y últimamente no había muchos infieles-).

 

 

 

«Nos apartaste de tu sabiduría y elegiste a la humanidad»

 

 

 

Capítulo 2: susurros

 

X de octubre del 2014

 

Los Helguera siempre hemos sido una familia ejemplar. Incluso cuando yo me aparté de la iglesia, nadie me veía como un rebelde. ¿Y cómo no? ¿Cómo podrían juzgarme si albergaron por 10 días a un asesino? ¿Cómo podrían señalarme si ellos mismos admiten sus pecados? De eso se trata ser cristiano: de aceptar que eres un hombre roto que necesita un mesías.  Y de entender el perdón. Debes perdonar todo. Los insultos, los chismes, las humillaciones, los golpes y el desprecio. Somos mártires glorificados. Eres más cristiano, mientras seas más pisoteado por el mundo. Y está bien. Es el precio por todos los momentos felices. Cuando conoces la verdad y te señalan como mentiroso, solo queda reír al final. Porque de eso también se trata ser cristiano: todos los que te llamaron mentiroso lo pagarán. ¿Eso nos motiva? Es lo que siempre me repetía a mí mismo luego de sufrir una humillación. Me reía de ellos. Sabía que el tiempo me daría la razón.

 

“Huevón, me haces la semana con tu debate con el profe Fernández”

 

Julio, mi mejor amigo, señalando mi desempeño. Lo de “huevón” ya ni sabía si era algo cariñoso o con pretensiones de herirme. Fue mi turno de presentarme y decidí declarar que creer en Cristo no era una creencia infantil como minutos antes la había calificado Juan. El profesor Fernández había celebrado aquello, pero mi pacífica declaración la tomó casi como una afrenta. Su mirada soberbia me estremeció. Pero perseveré y agregué que eran los ateos quienes tenían creencias infantiles, que las evidencias sobre Dios estaban a la vista. Fernández no contuvo la risa. Luego se presentó mi amigo Julio, pero no me defendió. Ni si quiera le dio importancia al incidente. Luego siguieron los demás muchachos.

 

“Huevón, Miguel, me haces la semana con tu debate”

 

“Ya me lo han dicho, Juan”

 

“Huevonazo, ¿qué pasa? Respóndeme bien. ¿Ya compusiste tu nueva prédica? Jaja, huevonazo de mierda”

 

Pasé el receso en el baño sin querer tener contacto con nadie. No quería volver al salón. Me sentía tan solo ahí. ¿Por qué Julio no me había apoyado? ¿Acaso no creía en Dios como yo? ¿Por qué ningún otro compañero dijo nada sobre el asunto?

 

Regresé y fingí que nada pasaba. Como siempre. Recuerdo la primera vez que vi a mi padre completamente alcoholizado. Mi madre nunca ha querido enfrentar la realidad. Ella me encerró para que no viera el espectáculo que daba mi padre. Estuve solo en la oscuridad hasta el día siguiente. Yo decidí cerrar los ojos. Era una habitación iluminada, pero quería pensar que yo simplemente había decidido ir a dormir. Nada pasaba. Nadie me había obligado a nada. Nadie me había herido. Yo había decidido dormir.

 

“¿Qué pasa?, hermano, no es manera de hablarle a tu prójimo. Juan solo estaba preguntando amablemente. ¿Acaso no se predica con el amor?”

 

“Sí, Ítalo”

 

“Hermano, queremos que nos evangelices ahora mismo. A los 3. Carlos y Juan quieren escucharte. Tu argumento de hoy incluso ablandó el corazón de Juan”

 

El perdón no forma parte de la justicia. La amnistía es solo otra palabra para decir impunidad. ¿Era feliz perdonando? No, a mí no me daba paz. Me calmaban susurros, me decían que yo era fuerte.

 

“Vamos, hermano. No temas. Sigamos. Hombre de poca fe”

 

“Ítalo, ya hemos caminado mucho”

 

“¿Acaso no te gusta nuestro campus? Estamos en la mejor universidad del país. Hay que disfrutarla. Hermano, agradece a Dios”

 

No, no pasará esta vez, Miguel.

 

“Juan, ¿en serio quieres acercarte a Dios?”

 

“Sí, y Carlos también. Pero queremos que nos prediques en un lugar apartado. Ya sabes… para escuchar a Dios directamente”

 

“Miguel, hermano, ves, todo es cierto. Sigue caminando. ¿A qué le temes? ¿Acaso Dios no cuida tus pasos?”

 

Ese día ellos me golpearon. Me pusieron boca abajo. Yo decidí cerrar los ojos, mientras ellos jugaban a bajarme los pantalones. Me mantuvieron ahí por unos minutos, mientras Juan supuestamente se masturbaba. Yo no quería ver nada. Estaba boca abajo. Solo cerré los ojos. Alguien los enfrentó. Alguien que me repetía que yo era fuerte.

 

Unos días después, seguía encerrado en mi casa. Apenas leía los mensajes que me enviaban. Ítalo me citaba para pedirme disculpas. Mariana me preguntaba inocentemente qué había sido de mí. Gabriela me recordaba algo sobre una reunión con nuestros ex compañeros del colegio. Ella, C, me había enviado un versículo (Juan 3:18-20) y Alex Aguilar me recordaba, ya por tercera o cuarta vez, de una forma enfermiza, que yo estaba tarde.

 

Nuestra reunión consistía en unos debates sobre Lógica y las falacias argumentativas. Él había estudiado en la misma universidad que yo y que casi todos mis amigos. Era un chico de baja estatura y con un alto grado de cinismo. No resaltaba de entre las personas excepto por sus violentas cejas y un ligero estrabismo en la mirada (no sé si en el ojo izquierdo o en el derecho). Pero lo que más disfrutaba hacer era desmontar los discursos de distintos colectivos ciudadanos. Repetía con bastante orgullo que se dedicaría a la propaganda, a desinformar (crear “información creativa”) y a la política. El mayor reto para él implicaba convertir un pequeño movimiento político en uno que unificara el país. El orden para él era más importante que la igualdad y la libertad. La justicia era el valor absoluto.

 

“Tienes que denunciar a esos imbéciles. Haremos que los expulsen”

 

“No llores. No pudieron doblegarte. Eres fuerte. Vamos”

 

“Puedes confiar en mí”

 

Sabía que Alex Aguilar era el topo, nunca confié en él. Ni en nadie más. Tampoco en Alexander. El movimiento no necesitaba dos líderes, necesitaba un mártir.

 

 

 

«Y a los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas (…)».
(Judas 1:6)

 

 

 

Capítulo 3: voz

 

Miércoles 1 de octubre del 2014

 

¿Quién eres? ¿La necedad del hombre? No parecen mis palabras. Ya es muy tarde. Creo que descansaré un poco. Quizás deba olvidarme de esto. Ya empiezo a hablar solo y es más raro que de costumbre. Lo mejor será olvidar todo esto. Simplemente hay caminos que no todos podemos seguir. Mi destino es otro. Mañana debo reunirme con Ricardo. Este país empezará pronto una gran purga nacional.

 

Tengo sueños recurrentes, sueños que no me dan tregua. Pocas veces estoy en control de la situación. He compartido estas pesadillas solo con Luis Borja y Elías Monterroso. Ambos amantes de la literatura. El segundo escribe por motivaciones artísticas y el primero porque es su manera de estar ocupado, de no atentar contra su cuerpo. El segundo es mi vecino más próximo en un pequeño departamento en Surco. Y el primero suele aparecer en mi vida para contarme todas sus penurias. Me busca para exponer a quienes lo perjudicaron, los que lo iniciaron como drogadicto. Suena extraño. Nadie lo obligó a estar casi una semana introduciéndose solo cocaína en una casa de playa (casi sin alimentarse). Nadie lo obligó a agredir verbalmente a su ex enamorada ni a responderme con un golpe por un comentario fuera de lugar. Yo nunca quise responderle. No sé pelear. Debería aprender. La inteligencia y la fuerza son los requisitos para imponer tu voluntad.

 

Los tres hace poco decidimos contar la experiencia de Luis con las drogas. Luis es un escritor con una trayectoria pequeña, pero prometedora. En sus relatos se ha inspirado en su adicción. Ese es siempre el conflicto en la vida de sus personajes. Pero jamás ha contado su propia experiencia, el conflicto de Luis Borja. Quizás porque es fácil deducir que su conflicto principal no es con las drogas, sino con sus padres (especialmente con la indiferencia de su madre).

 

Otro de mis amigos más cercanos es Miguel. Lo conocí cuando estuvo suspendido en la universidad hace unos años. Yo solo iba de visita (tenía la loca idea de titularme como periodista). Empezamos a conversar debido a nuestras coincidencias políticas en un grupo por internet. Lo habían suspendido una semana por una pelea con algunos de sus compañeros. Luego de eso su violencia escaló. Acuchilló a uno de esos tipos fuera de la universidad. También lo amenazó con una pistola. Pero eso nunca se supo. La víctima nunca lo delató. Dijo que lo habían asaltado y faltó un tiempo a clases. Nunca más se metieron con Miguel. Además, empezó a ser admirado en el grupo por su radicalismo y por las fotos donde practicaba con sus pistolas. El grupo pasó de ser cerrado a secreto. Y unas semanas después todos empezamos a frecuentarnos. Miguel y Alexander (Herrera) se volvieron los líderes del movimiento. Algunos miembros y yo decidimos tomar distancia. No todos debíamos ser miembros oficiales.

 

La fuerza no sobrevive sin el sigilo. Un brazo armado es inútil sin una diestra ducha en confabulaciones.

 

 

 

Domingo 12 de octubre del 2014

 

Hace unos días alguien me apuntó con una pistola, arma sin municiones. Era una advertencia. He dedicado mi tiempo a reunirme con gente que quiere cambiar este país, pero para peor. Yo era el nexo entre ellos y Miguel, el líder del movimiento.

 

He visto esta iglesia en unos sueños. Debe ser la tercera vez que piso el lugar. No conozco a casi nadie y tampoco estoy interesado en hacerlo. El sermón de hoy trata sobre la salvación, sobre la predestinación. La mayoría presta atención al expositor. ¿Realmente alguien tan inteligente como Satanás se rebeló en una lucha condenada al fracaso? Los cristianos dicen que esto demuestra cómo la ambición puede carcomer al intelecto. Pero quizás se rebeló porque realmente su victoria era posible. Pienso en Dios como alguien que ha predestinado a muchos al infierno. “El humano se ha condenado a sí mismo”, declara el pastor. ¿Pero acaso el Dios omnisciente no ha infligido vida a un ser cuyo camino ya estaba maldito? ¿Qué opción tienen los condenados? Si yo pudiera salvar a todos, lo haría. Si yo estuviera condenado, me rebelaría ante el destino, huiría de Dios. Me escondería donde Él no pudiera verme.

 

Nos piden cerrar los ojos. Ya casi termina el sermón. Ayer soñé que visitaba otro universo. Todos los que lo habitábamos podíamos reescribir momentos poco decisivos de nuestros pasados. Ambas realidades eran ciertas para todos. No existía confusión alguna en nuestras mentes. Me sentía más libre (más en control de mi destino). Me gustaría tener una habilidad parecida. No deseo que mi alma reencarne o que vaya al cielo. Me conformo, por ahora, con cambiar pequeños momentos de mi vida. A veces pienso que realmente me dispararon y que pude reescribir mi propia historia.

 

Terminó el sermón. Es momento de buscar a un viejo amigo. Sé que Miguel solía venir a esta iglesia. Alguna vez nos dijo que sí creía en Dios, pero que no se consideraba su sirviente. Él admira a Satanás. Alguna vez nos dijo que él era el héroe negado de la Biblia. Se tomaba mucho tiempo de nuestras reuniones para tratar de explicarlo. Nadie reía. Nadie tenía el valor de hacerlo. Se supone que todos éramos líderes, pero Miguel era nuestro dios. Mis pocos amigos me decían que todo en el movimiento llegaba a niveles ridículos (la vestimenta negra, el himno, las fotos de próceres, etc). Pocos sabían lo que realmente era nuestro grupo. Yo no era un miembro oficial, pero me gustaba saber que era más que un mal chiste. Les daba difusión a sus artículos, los entrevistaba. Era realmente entretenido alimentar una posición distinta en este país. Y admiraba a Miguel, ejercía un control real sobre nosotros.

 

Un muchacho ha intentado convencerme de visitarlos más seguido. Pero eso es imposible. No creo en Dios y espero nunca hacerlo. He decidido llenar mi incertidumbre con la nada: solo existe esta vida y nada más. Así puedo vivir tranquilo sin preocuparme por el infierno. Así no lloro por el destino de mis seres queridos. Ellos solo fallecen.

 

Alex Aguilar

 

 

 

 

“Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor; yo te arrojaré por tierra; delante de los reyes te pondré para que miren en ti”.
(Ezequiel 28: 17)

 

 

 

Capítulo 4: regresión

 

Domingo 9 de noviembre del 2014

 

Ha pasado casi un mes desde que sigo a Alex, para mí él es uno de los principales sospechosos del atentado en la comisaría en San Juan de Lurigancho y de las pintas pro Sendero luminoso. Él me contactó mediante uno de mis blogs para que siguiera a Miguel Ricardo Helguera, líder del partido fascista peruano. Lo acusaba de haber asesinado a un miembro del partido y ser el apodado por la prensa mierdera como “el justiciero carmesí”, un sujeto que quema fascistas. Resumiendo, Alex resultó ser alguien cercano al partido fascista, aparentemente expulsado por Miguel, el líder. El 12 de octubre, Alexander y Alex tuvieron una discusión en plena iglesia. Ninguno de los dos levantó la voz. Alex decía que necesitaban crear un monstruo. La gente renuncia a sus libertades a cambio de protección. Alexander, no Alex (son dos personas distintas), sería quien se encargue de hacer pintas en las calles junto a otros miembros desertores. Para él eso era suficiente. Alexander fue declarado como asesinado 7 días después, el crimen era un completo misterio. Su cuerpo había sido carbonizado. No había rastros del posible victimario. Como si Alexander hubiera muerto por combustión espontánea.

 

¿Pero qué me hizo sospechar realmente de Alex? Me enteré por una amiga que me estuvo rastreando, él quería saber quién era “Mefistosinjebe”, el putañero que podía saber qué mujer era puta o no con solo verla (bueno, más o menos). Rating que subía, amiga a la que visitaba. Ellas trataban de sacarle toda la información posible. Él solo las miraba directamente a los ojos y pedía que lo masturben por 80 soles. Solo eso. Era todo lo que pedía. Y no preguntaba nada más. Ni pedía que hicieran nada más. Con las chicas que reseñaba como “Kamikaze69” en “Perutops” era distinto. Conversaba más con las chicas. Les preguntaba directamente por mí. Les preguntaba si yo era un tipo extraño. Algunas le daban información.

 

Para mí todo ya era evidente. Quien me había contactado hace casi un mes era el mismo Alex Aguilar. Y ahora, confiado en lo que podía hacer, me pidió rastrear a Miguel Ricardo Helguera. Pero para mí él era uno de los principales sospechosos. Yo le había demostrado que sabía todo respecto a él. En mi informe detallaba sus incursiones en el mundo de las kinesiólogas, los 80 soles (o 90) por masturbarlo y su interés por “Mefistosinjebe” y “Kamikaze69”. También se podía ver las investigaciones en las que él había participado. Él era como yo, uno de sus pasatiempos era vigilar personas. Creaba blogs por cada caso, donde revelaba información que conectaba a personas con hechos criminales. La última pregunta de nuestra conversación fue “¿entonces Alex Aguilar es el justiciero carmesí?”. No había pruebas, pero sí indicios. Tenía todas las motivaciones. Si él quisiera destruir el movimiento fascista, lo haría desde adentro. Buscaría una manera de asesinar a sus ex camaradas sin que se viera involucrado, sin dejar pistas. Su último trabajo había sido en una revista semanal afín al movimiento fascista, el director y el dueño eran miembros no oficiales y se habían reunido varias veces con Miguel (Alex los había seguido –así me enteré yo-). La tercera y cuarta víctima de “el justiciero carmesí” eran ex compañeros de Alex. Pero asesinar ex camaradas podría ser justamente lo que Miguel quisiera. Así él podría deslindar de cualquier hecho extremista que se diera en Lima y, principalmente, decir que la muerte de Alexander fue a manos de los enemigos, del resurgimiento de Sendero luminoso. Pero Alex había estado en su departamento cuando surgieron los asesinatos de los periodistas, crímenes con las mismas características (cuerpos desechos en medio de la nada). Podía tener un cómplice o alguien, cercano a Miguel, podía estar imitándolo. El resultado era beneficioso para Miguel siempre y cuando él no fuera la víctima. Y los miembros de su partido eran para él como soldados a los que se les daba honores por una muerte en servicio. Recién empezaría a investigarlo. Curiosamente quizás el pedido de Alex había sido para concentrarme en él y no en Ricardo, con ese nombre lo llamaban en el partido sus subordinados. Alex y Ricardo podían ser a la vez “el justiciero carmesí”, todo el partido podría estar involucrado. Esos locos quizás hasta estaban dispuestos a dar su vida.

 

A las 10 de la noche, Miguel se dirigió a una especie de grupo de autoayuda por el Centro de Lima (él vive en La Molina). En el segundo piso de una casona, donde parecía que en las mañanas jugaban ajedrez, se encontraba una señorita joven y alta, muy apetecible. Si cobrara por sexo, le pagaría hasta 500 (400 si quiere que use condón). Este grupo de autoayuda se denominaba “Máquina del tiempo”. Había gente muy variada. Miguel, un hombre robusto (bueno, gordo) de metro 75 de estatura se reía nerviosamente. Lo más probable es que esté ahí por la chica. Éramos 13 personas haciendo un círculo mal hecho (en el medio había 20 vasos sobre una mesa). Camila estaba a un extremo. Al otro extremo se encontraban dos personas: un hombre alto de tez negra y Miguel. Yo, por supuesto, me encontraba al lado de Camila. A su derecha. Esta era la segunda vez que Miguel asistía a este lugar. El domingo pasado, Alex lo siguió, pero jamás entró.

 

Camila nos recordó grandes hitos y personajes de la historia mundial. No ahondó en ninguno, excepto en Alan Turing, cuyo nombre para cualquier persona era sinónimo de genio. Le atribuyó una frase que creo que jamás dijo: “causas distintas pueden generar el mismo efecto”. Lo cual es un sinsentido. Una simple variación en nuestra historia haría que absolutamente todo cambiara. ¿En qué momento se revelaría que haríamos una orgía con Camila? Los asistentes contaron algunos fracasos de sus vidas, hechos que ellos quisieran cambiar si pudieran. Yo estaba a la derecha, así que empezaron conmigo. Cualquier cosa que diría, sería sospechosa, por no saber en sí de qué se trataba el grupo. Así que debía generar empatía desde el primer momento. Era el único, además de Miguel, vistiendo ropa más o menos formal. “Toda mi vida ha sido un error. Siempre finjo que todo está bien. Mi mundo está lleno de apariencias”, confesé. Nadie sintió pena por mí. Camila solo me dijo que fuera más específico. “¿Te gustaría quizás haber estudiado otra cosa?”, cuestionó Camila. “Sí, quisiera volver en el tiempo y arreglar eso”, dije entendiendo la dinámica. Camila sonrió y a mi derecha rápidamente un señor como de 50 años dijo que le gustaría que Fujimori jamás haya existido, que él arruinó el país. Otro dijo que le gustaría volver en el tiempo y vender información del futuro. Sí, era periodista. El hombre de tez negra, al lado de Miguel, dijo que él quiere volver en el tiempo para ayudar a un amigo caído en desgracia, el recién fallecido Mario Poggi (murió en junio de este año en pleno encuentro sexual con una prostituta). Miguel se puso serio, era su turno. “Quisiera no tener sida”, dijo el muy hijo de puta. La gente lo tomó seriamente. Cosa extraña (todos éramos hombres a excepción de Camila). Entonces esta era la segunda vez que contaba algo así. Nadie parecía sorprendido. Posiblemente hasta eran los mismos asistentes que el domingo pasado.

 

Todos terminaron de contar sus problemas, Camila se paró y cada uno le dio 100 soles. ¿Empezaba la orgía? No, trajo una jarra con una bebida entre verdosa y marrón. Llenó 12 vasos. “¿Y tú por qué no tomas?”, le increpó Miguel. “Así no funciona. No te preocupes, hoy sentirás mejor los efectos”, le respondió dulcemente Camila. Bueno, éramos un grupo de drogadictos. Se supone que esta bebida haría posible una regresión. Si yo podía regresar y tirarme a Nathalia (ya retirada), los 100 soles estaban bien pagados. Nos pidió a todos que nos agarremos de las manos y nos concentráramos en lo que queríamos cambiar. Y nos preguntó si realmente seríamos capaces de aprovechar una oportunidad así. “¿Puede el hombre controlar su destino o es más fuerte el caos del universo? Hoy lo comprobaremos”, sentenció ella. La experiencia previa a ese viaje no era placentera. Te daban ganas de vomitar y de cagar. A mí nadie me avisó que no comiera nada. Me dieron temblores por todo el cuerpo y un fuerte dolor de cabeza y estómago. Hasta que finalmente dejé de sentir y pude ver imágenes que se alternaban frenéticamente. Por momentos veía a un bebé gritando y a un hombre que se acercaba. Él se acercaba a un hospital.  Su sueño se había cumplido: el pequeño había sido estrangulado.